Al final es cierto, vanidad de vanidades, todo es vanidad. Realmente, una de las fuerzas que mueven el mundo.
Gallardón sigue insistiendo en su pretensión de acompañar a Rajoy en la candidatura al Congreso de los Diputados; para ayudarle, dice. Pero parece evidente que considera imprescindible su presencia en la política parlamentaria nacional para apuntalar su carrera hacia una futura candidatura a la presidencia del Gobierno. Lo que, se quiera o no, sea deliberado por su parte o no, abre el debate sobre la sucesión de Rajoy. En un momento ciertamente inoportuno.
Rajoy, tras el inesperado desastre electoral de 2004 pretendió tranquilizar y mantener unido el partido. Renunció para ello a ejercer su autoridad, sin duda porque esa actitud contemporizadora cuadra más con su carácter sosegado y conciliador. Ha sido un error. Y no hablo de poder -potestas-, sino de autoridad -auctoritas-. Los barones de su partido, por ejemplo, le han descolocado a él, han desconcertado a su electorado y han hecho un flaco favor a España y a los españoles, pasándose por el arco del triunfo sus sensatísimas previsiones por el fortalecimiento del Estado antes de embarcarse en nuevas reformas estatutarias. Yo en su lugar quizás no presidiría ya el Partido Popular. Pero a mí no me hubieran hecho eso. O a mi manera, o sin mí. Porque además, más del 95% de su electorado aprueba sus propuestas y está, por el contrario, en desacuerdo con las últimas reformas estatutarias. Y, en otro orden de cosas, gente como Gallardón pueden llegar a creerse más capacitados -o tanto al menos- como Rajoy. Y quizás lo estén, pero no por ello se debe abrir ese debate. No ahora y no permanentemente.
Gallardón
Gallardón vuelve a la carga y dice que Tierno Galván fue a la vez diputado y alcalde
Gallardón invoca ahora a Tierno Galván, quien compatibilizó su cargo de alcalde de Madrid con un puesto de diputado en el Congreso. ¿Fue aquello bueno o malo? ¿Fue un acierto o un error? ¿Es Tierno Galván un modelo para Gallardón, que debe asumir además el Partido Popular? Una buena amiga mía lo ha expresado de forma tan clara que hasta Gallardón, aún ofuscado por el inmenso placer de conocerse, la entendería: un culo, un asiento. ¿No le basta la alcaldía de Madrid? ¿No cree que otra persona de talento, dedicada a tiempo completo a sus tareas parlamentarias, podría ocupar ese puesto de diputado por el que suspira mejor que él a tiempo parcial? Tiene, sin duda, una inmejorable opinión de sí mismo.
Dejemos claras dos cosas: una, que Gallardón está en su derecho de postularse y, dos, que ello enriquece la vida interna del partido y lo democratiza, si, como creo, el debate es inherente a la democracia.
Pero hay otro aspecto: el Partido Socialista ha sufrido este verano varias importantes crisis que podrían, que deberían, haber focalizado toda la atención ciudadana: el papelón jugado por los socialistas en Navarra y la crisis de las infraestructuras en Cataluña (casi un “caos total” como el que narra la Jungla 4). Gallardón ha conseguido en esa favorable coyuntura para su partido desviar los focos hacía su persona y, peor, hacia una crisis de liderazgo que él solito alimenta.
Un inoportuno, que antepone sus deseos personales a los intereses del partido. Si hubiera estado callado este verano, dedicado sólo a sus funciones de alcalde, hoy serían mayores las expectativas electorales del PP. ¡Qué satisfechos deben estar en el PSOE de la vanidad del alcalde de Madrid!
Gallardón sigue insistiendo en su pretensión de acompañar a Rajoy en la candidatura al Congreso de los Diputados; para ayudarle, dice. Pero parece evidente que considera imprescindible su presencia en la política parlamentaria nacional para apuntalar su carrera hacia una futura candidatura a la presidencia del Gobierno. Lo que, se quiera o no, sea deliberado por su parte o no, abre el debate sobre la sucesión de Rajoy. En un momento ciertamente inoportuno.
Rajoy, tras el inesperado desastre electoral de 2004 pretendió tranquilizar y mantener unido el partido. Renunció para ello a ejercer su autoridad, sin duda porque esa actitud contemporizadora cuadra más con su carácter sosegado y conciliador. Ha sido un error. Y no hablo de poder -potestas-, sino de autoridad -auctoritas-. Los barones de su partido, por ejemplo, le han descolocado a él, han desconcertado a su electorado y han hecho un flaco favor a España y a los españoles, pasándose por el arco del triunfo sus sensatísimas previsiones por el fortalecimiento del Estado antes de embarcarse en nuevas reformas estatutarias. Yo en su lugar quizás no presidiría ya el Partido Popular. Pero a mí no me hubieran hecho eso. O a mi manera, o sin mí. Porque además, más del 95% de su electorado aprueba sus propuestas y está, por el contrario, en desacuerdo con las últimas reformas estatutarias. Y, en otro orden de cosas, gente como Gallardón pueden llegar a creerse más capacitados -o tanto al menos- como Rajoy. Y quizás lo estén, pero no por ello se debe abrir ese debate. No ahora y no permanentemente.
Gallardón
Gallardón vuelve a la carga y dice que Tierno Galván fue a la vez diputado y alcalde
Gallardón invoca ahora a Tierno Galván, quien compatibilizó su cargo de alcalde de Madrid con un puesto de diputado en el Congreso. ¿Fue aquello bueno o malo? ¿Fue un acierto o un error? ¿Es Tierno Galván un modelo para Gallardón, que debe asumir además el Partido Popular? Una buena amiga mía lo ha expresado de forma tan clara que hasta Gallardón, aún ofuscado por el inmenso placer de conocerse, la entendería: un culo, un asiento. ¿No le basta la alcaldía de Madrid? ¿No cree que otra persona de talento, dedicada a tiempo completo a sus tareas parlamentarias, podría ocupar ese puesto de diputado por el que suspira mejor que él a tiempo parcial? Tiene, sin duda, una inmejorable opinión de sí mismo.
Dejemos claras dos cosas: una, que Gallardón está en su derecho de postularse y, dos, que ello enriquece la vida interna del partido y lo democratiza, si, como creo, el debate es inherente a la democracia.
Pero hay otro aspecto: el Partido Socialista ha sufrido este verano varias importantes crisis que podrían, que deberían, haber focalizado toda la atención ciudadana: el papelón jugado por los socialistas en Navarra y la crisis de las infraestructuras en Cataluña (casi un “caos total” como el que narra la Jungla 4). Gallardón ha conseguido en esa favorable coyuntura para su partido desviar los focos hacía su persona y, peor, hacia una crisis de liderazgo que él solito alimenta.
Un inoportuno, que antepone sus deseos personales a los intereses del partido. Si hubiera estado callado este verano, dedicado sólo a sus funciones de alcalde, hoy serían mayores las expectativas electorales del PP. ¡Qué satisfechos deben estar en el PSOE de la vanidad del alcalde de Madrid!
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