Una de las trampas dialécticas más eficazmente insidiosa en que ha caído la política española y gran parte de la opinión pública en esta etapa democrática ha sido la confusión entre dos de las coordenadas que marcan la acción política: la abcisa ideológica y la ordenada territorial.
Una confusión que, obviamente, interesa a los nacionalistas. Según ellos, que han conseguido convencer a muchos, quien sea centralista no puede ser centrista, y a la inversa. Falso, por supuesto.
Me explicaré. Desde el punto de vista estrictamente ideológico el electorado -y en consecuencia los partidos- se mueve entre la extrema derecha y la extrema izquierda, y también aquí se cumple el principio general de las distribuciones estadísticas que enunciara Gauss. Los valores que con más frecuencia se observan son los centrales: el famoso centro político atrae, como es sabido, el mayor número de votos. Lo difícil es definir ese centro, y mucho más ocuparlo o representarlo a gusto del electorado. No es fácil definirlo, pero puede llegar a precisarse: lo representa el partido más votado.
Pero esto poco tiene que ver con la opción territorial de distribución de competencias. Esta distribución debe establecerse como un equilibrio entre el principio de subsidiariedad (que resulta ser “aproximadamente” democrático, pero no “estrictamente” democrático) y la eficiencia económica y de la toma de decisiones. El espectacular avance de las comunicaciones está vaciando de sentido el principio de subsidiariedad. ¿Está más lejos Zaragoza de Madrid o Albarracín de Zaragoza? Pero además, la inminente crisis económica o un eventual cambio de ciclo va a poner en cuestión la sostenibilidad del disparatado y abigarrado modelo de distribución de competencias de que nos hemos dotado: Administración Central del Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones provinciales, Comarcas, Ayuntamientos.
Quienes tratan de justificar este modelo como un avance democrático, están tratando de justificar de forma que no se advierta su interés por una trama clientelar, tanto más eficaz cuanto más tupida. ¿Es más democrática la España distribuida hasta casi la fragmentación que la Francia centralista? No parece. Los franceses tienen todas sus libertades tan sólidamente garantizadas como podamos tenerlas los españoles. O quizás más.
Los nacionalistas suelen descalificar a quien ponga en cuestión nuestro nivel de descentralización, por excesivo, acusándolo de extremista o escasamente demócrata. Como si tuviera algo que ver. Puede ser, incluso, como lo es este comentario, un mero ejercicio intelectual, proscrito para los nacionalistas, sospechoso incluso de fascismo. Para ellos, quien se manifiesta centralista, al estilo francés por ejemplo, no es centrista. Y sí lo es quien se expresa a favor de la máxima descentralización. En esta España desorientada se llega a considerar “progresistas” a los partidos nacionalistas, sólo por serlo. EL PNV, uno de los partidos más conservadores de Europa, con planteamientos que rozan la xenofobia, es considerado, absurdamente, progresista. Como lo es Esquerra Republicana, laminador de libertades ciudadanas.
Me explicaré. Desde el punto de vista estrictamente ideológico el electorado -y en consecuencia los partidos- se mueve entre la extrema derecha y la extrema izquierda, y también aquí se cumple el principio general de las distribuciones estadísticas que enunciara Gauss. Los valores que con más frecuencia se observan son los centrales: el famoso centro político atrae, como es sabido, el mayor número de votos. Lo difícil es definir ese centro, y mucho más ocuparlo o representarlo a gusto del electorado. No es fácil definirlo, pero puede llegar a precisarse: lo representa el partido más votado.
Pero esto poco tiene que ver con la opción territorial de distribución de competencias. Esta distribución debe establecerse como un equilibrio entre el principio de subsidiariedad (que resulta ser “aproximadamente” democrático, pero no “estrictamente” democrático) y la eficiencia económica y de la toma de decisiones. El espectacular avance de las comunicaciones está vaciando de sentido el principio de subsidiariedad. ¿Está más lejos Zaragoza de Madrid o Albarracín de Zaragoza? Pero además, la inminente crisis económica o un eventual cambio de ciclo va a poner en cuestión la sostenibilidad del disparatado y abigarrado modelo de distribución de competencias de que nos hemos dotado: Administración Central del Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones provinciales, Comarcas, Ayuntamientos.
Quienes tratan de justificar este modelo como un avance democrático, están tratando de justificar de forma que no se advierta su interés por una trama clientelar, tanto más eficaz cuanto más tupida. ¿Es más democrática la España distribuida hasta casi la fragmentación que la Francia centralista? No parece. Los franceses tienen todas sus libertades tan sólidamente garantizadas como podamos tenerlas los españoles. O quizás más.
Los nacionalistas suelen descalificar a quien ponga en cuestión nuestro nivel de descentralización, por excesivo, acusándolo de extremista o escasamente demócrata. Como si tuviera algo que ver. Puede ser, incluso, como lo es este comentario, un mero ejercicio intelectual, proscrito para los nacionalistas, sospechoso incluso de fascismo. Para ellos, quien se manifiesta centralista, al estilo francés por ejemplo, no es centrista. Y sí lo es quien se expresa a favor de la máxima descentralización. En esta España desorientada se llega a considerar “progresistas” a los partidos nacionalistas, sólo por serlo. EL PNV, uno de los partidos más conservadores de Europa, con planteamientos que rozan la xenofobia, es considerado, absurdamente, progresista. Como lo es Esquerra Republicana, laminador de libertades ciudadanas.
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Y al PP, que es intachablemente demócrata y liberal, se le pretende encasillar en la extrema derecha. Qué cosas.
Consecuencia, todo ello, de nuestra escasa cultura política.
Consecuencia, todo ello, de nuestra escasa cultura política.
6 comentarios:
Estimado Oroel:
De acuerdo en todo lo que comentas… Con algún pero (¡ya hablaremos otro día de las distribuciones normales o gaussianas!).
No obstante, lo que me hace intervenir es tu referencia al carácter de sostenible del actual sistema durante la crisis económica que se nos viene encima. Evidentemente, un sistema derrochador, como es el nuestro (se estima que el tipo de administración territorial actual consume un 1% del PIB en las diversas sinecuras), está poco preparado para afrontarla.
Pero quiero dar un paso más. A mi entender, la reacción a la crisis será, paradójicamente, una mayor atomización del poder central. Esta reacción, el aumento de las fuerzas centrífugas, es la respuesta histórica a las crisis de los sistemas como el nuestro. Supongo que se debe a que la estructura de fidelidades de un régimen basado en el clientelismo es análogo al que se produce en el feudalismo de la Edad Media.
Pues bien, la viabilidad del sistema feudal se basa en la posibilidad de depredación de unos sobre otros y en la fidelidad del vasallaje. La debilidad económica del sistema lleva, en primer lugar a un debilitamiento del poder central y, en relación a éste, un aumento de los poderes más alejados a éste, pero más próximos a los vasallos productivos.
Cuando la autoridad del poder central no puede hacerse efectiva sin el auxilio del periférico (véanse policías, agencias tributarias, tribunales superiores, cámaras legislativas… regionales e inconexos) la relación de vasallaje del siervo con este poder central desaparece. Y, en momentos de crisis, es el señor próximo, “il capo”, el que puede otorgar o quitar las sinecuras (creo que le llaman el 3%) o imponer las servidumbres, el que aparece como dueño de las lealtades.
Considero que se han creado las condiciones para tener una larga travesía por un periodo oscuro e improductivo. Con sinceridad, no tengo mucha confianza en el futuro.
Un abrazo de Carlos56.
Como ya sabes estoy plenamente de acuerdo con este párrafo:
"En esta España desorientada se llega a considerar “progresistas” a los partidos nacionalistas, sólo por serlo. EL PNV, uno de los partidos más conservadores de Europa, con planteamientos que rozan la xenofobia, es considerado, absurdamente, progresista. Como lo es Esquerra Republicana, laminador de libertades ciudadanas."
Es algo que yo tampoco entiendo y que sólo puedo achacar a que la gente no tiene realmente muy claro lo que son derechas e izquierdas (paso del término progresista, que no sé muy bien lo que significa y que sólo contribuye a aumentar la confusión).
En cuanto a lo de que el PP es un partido estrictamente demócrata y liberal...:
1. Ser liberal (o neoliberal) es asimilable a ser de derechas. Lo de ser "extrema" o no ya dependerá del grado de liberalismo del partido en cuestión.
2. En cuanto a otros aspectos que se suelen asignar a la derecha (por lo menos en España y EEUU, en Europa no tanto) como el filocristianismo, el conservadurismo en asuntos sociales,... Habreis de reconocerme que el PP ha tenido ciertos ramalazos que ya, ya. Sus opositores han hecho todo lo posible por asignarles la etiqueta de "fachas", pero el PP tampoco ha estado muy hábil. Ha perdido unas cuantas oportunidades de aparecer como un partido moderno, europeo y centrista, lejos de esa "extrema derecha" que tan poco les gusta pero hacia la que parece que algunos de sus líderes sienten una extraña "atracción fatal".
Estimado Carlos56:
Tu análisis sigue siendo brillante, pero esta vez parece más pesimista que de costumbre. Lo malo es que posiblemente tengas razón en tus sombrías predicciones.
Yo también observo una situación paradójica y es que mientras cada vez son más abundantes las voces que alertan sobre la inviabilidad de este modelo disparatado del que nos hemos dotado, los partidos -todos, sin excepción: de ahí mi alarma- continúan profundizando en él con una inconsciencia suicida. Acabo de leer en El Mundo del sábado, día 8, un interesantísimo artículo de Rafael Arias-Salgado sobre el tema. Y otro artículo, éste más corto, sobre la imposibilidad e inconveniencia de abordar temas globales -cuestiones medioambientales y de agotamiento de materias primas- desde administraciones atomizadas y autónomas. Y creo que ha sido Mikel Buesa el que en sus primeras declaraciones tras la incorporación al partido de Savater ha abogado por cerrar de una vez este inacabable proceso de transferencias competenciales desde el Estado a las autonomías. Las transferencias, creo que venía a decir, no pueden ser ilimitadas ni eternas.
Hemos sido tan estúpidos -realmente lo han sido por nosotros quienes nos han gobernado, todos- que hemos construido un Estado inviable (como demostrará la crisis económica, la primera que nos alcance) al gusto del 10% de los ciudadanos y en contra del 90% restante.
Un Estado federal o cuasifederal como es el nuestro solo es posible si se asienta sobre una indudable lealtad constitucional y una ley electoral adaptada a la descentralización para evitar que el Estado quede en manos de las fuerzas centrífugas. Decía Rafael Arias-Salgado que el apoyo de los nacionalistas a la Constitución ha sido coyuntural. Entiendo qué quiere decir, pero no ha sido muy preciso. Imagino que lo que quería decir es que ese apoyo había sido instrumental. Para ellos no es un marco de convivencia, y su apoyo por tanto no puede ser ni estructural, ni franco ni leal. Ellos aspiran a otro marco de convivencia, y la Constitución no es sino un instrumento que, en virtud de sus notables imperfecciones, incoherencias e indefiniciones, les ha permitido avanzar a donde el 90% de la población no desea llegar.
Pero lo más grave es que hoy no hay dos partidos nacionales leales a la Constitución, ni mucho menos a la Nación. Se puede ser leal a la Constitución, incluso deseando cambiarla, si se respetan sus previsiones para la modificación. Y a mí me gustaría modificarla. Pero el PSOE sencillamente la ha violentado. Hoy se puede leer en El Mundo que son muchos los alcaldes socialistas que se niegan a que ondee en sus Ayuntamientos la bandera nacional. Es un reflejo de la escasa lealtad institucional que cabe esperar de ellos y de su partido en general.
Por eso creo que seguramente acertarás. Y si profundizamos en un modelo inviable, el sistema socioeconómico colapsará. Porque el mundo jurídico admite ficciones e incongruencias, como las muchas que tiene nuestro ordenamiento, empezando por la Constitución. Otra cosa es que tarde o temprano aboquen al desastre, o a profundas incomodidades sociales, o a la injusticia. Pero la economía no admite trampas. Lo inviable simplemente cae y se hunde.
Y hasta que ese momento llegue, recibe un fuerte abrazo.
Oroel
Mi muy apreciado Alejandro:
Progresista, en la forma en que se usa y abusa del término, es algo carente ahora de significado. No es más que una etiqueta que puede ser absolutamente falsa. Habrás oído la expresión “formar un gobierno de progreso”, siendo alguno de los socios el PNV, por ejemplo. ¿A qué progreso se referirán?
El liberalismo del PP, o de cualquier otro partido europeo, se mueve, como habrás tenido ocasión de leerme, dentro de las coordenadas socialdemócratas en que se mueven todos los países europeos. Es un liberalismo muy matizado, por tanto, y que tiene que ver poco con los postulados del liberalismo primigenio, aunque algunas de sus máximas siguen siendo hoy plenamente vigentes. Por citar a alguno de los representantes más recientes de ese liberalismo, Margaret Tatcher dijo una frase que a mí me gusta particularmente: “¿El dinero?, mejor en el bolsillo de los ciudadanos”. Para cualquier observador de la actualidad aragonesa, comprobar en qué gastan Marcelino y Biel nuestro dinero -insisto: el nuestro-, en las comarcas, en la televisión pública, en colocar a toda la militancia y sus familiares... le haría aplaudir entusiasmado esa frase de Tatcher. Porque puedo jurarte que yo gastaría mi dinero con más provecho que esos dos jetas. Y sin embargo ellos lo gastan por mí.
Yo siempre había creído que “facha” era un término coloquial para decir “fascista”, entendiendo como tal, sin entrar en más matices o consideraciones, a alguien escasamente demócrata. De nuevo el uso excesivo e indiscriminado del término lo ha dejado sin sentido. Doy por sentado que si alguien me llama facha no está cuestionando mi más que acreditado espíritu democrático, posiblemente mayor que el de mi interlocutor, sino que me está llamando “derechista”, de derechas. O puede que incluso muy de derechas. Algo, esto último, incierto.
Me hizo gracia Zapatero cuando ante el triunfo de Sarkozy llegó a decir que qué suerte tenían en Francia con esa derecha civilizada. El desparpajo de este hombre es impresionante, porque si al pobre Rajoy se le ocurre proponer ni la mitad de las cosas que ha propuesto Sarkozy, ahora mismo lo estarían comparando con Jean Marie Le Pen.
Son muchas las trampas dialécticas en las que cae la derecha de este país. Buena parte de nuestros males, de la deriva disgregadora, de que hoy no tengamos una ley del suelo homologable a las de otros países europeos o una ley de educación adecuada a los retos de nuestros tiempos, se debe a ese complejo de la derecha frente a un socialismo que padece de un complejo de sobrelegitimación, del que nadie le ha apeado.
Posiblemente, junto con muchos otras cuestiones que habrá que abordar cuando se pueda y como se pueda, una de ellas y no la menos importante será que la derecha de este país se sacuda sus complejos y desenmascare a la pseudoprogresía hispana que presume de ser de izquierdas sin serlo.
Un fuerte abrazo.
Oroel
Bastante de acuerdo en todo lo que dices.
Este es un pais de actitudes, estéticas y símbolos más que de acciones y hechos. Es triste pero es así. Por eso hay que cuidar mucho no sólo lo que dices sino cómo lo dices, y aún así no te librarás siempre de esa etiqueta de "facha" que les encanta a los "progres" (que como decía aquel, no sé definirlos pero sé cuando estoy ante uno).
Lo que ya entraría a matizar mucho es lo de la famosa frase de la Tatcher y te diría: "sí, pero..."
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