sábado, agosto 29, 2015

La construcción del relato independentista

La propaganda independentista sostiene que las pensiones mejorarían en una Cataluña separada de España. Sus argumentos son simples. Nuestro modelo de Seguridad Social es de reparto, se basa en las aportaciones de los trabajadores en activo. De este modo, si la sostenibilidad del sistema dependiese de los cotizantes de ahora, una hipotética Cataluña independiente podría disfrutar de una Seguridad Social más saneada porque porcentualmente el número de desempleados es menor en esta comunidad que en el conjunto de España y los salarios son más altos. La ecuación es perfecta: más trabajadores con unas bases de cotización superiores permiten pagar mejores prestaciones. Si a esto se añade -y no es una cuestión baladí- que la independencia acabaría con el lastre de la cuota de solidaridad con el resto de España, el negocio parece redondo.
 
A esta tesis se han abonado “expertos tan cualificados” como Karmele Marchante, Juanjo Puigcorbé, sor Lucía Caram y el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, en un reciente vídeo producido por Òmnium Cultural y la ANC. No es casual que el vídeo se haya rodado íntegramente en castellano. La estrategia independentista pasa por atraer a los votantes renuentes para que pierdan los miedos y abracen su causa.
 
El vídeo es estomagante. Combina el descrédito de la Seguridad Social española -calificada como franquista y “fondo de buitres”- con la exaltación de las ventajas de la implantación de un nuevo modelo solo “para los de aquí”, en referencia a los catalanes. Sorprende este lenguaje en personas que se reclaman inequívocamente de izquierdas y solidarias. El planteamiento no se aparta del patrón clásico de la supremacía nacionalista: la Seguridad Social funcionaría mejor porque los catalanes trabajan y gestionan más eficazmente que los españoles. En la lotería independentista, el riesgo es cero. Siempre toca. ¿Es así? Es evidente que no”.
 
 
El nacionalismo y la izquierda pudieron tener algún punto de confluencia ideológica en un momento y en unas circunstancias muy concretas de la Historia: durante la etapa del colonialismo y posterior descolonización, cuando era evidente la existencia de ciudadanos de primera, los de las metrópolis, y no todos, y los de los países coloniales, que ni siquiera alcanzaban el estatus de ciudadanos, privados de todo poder político. Lo curioso es que el principal principio ideológico de la descolonización no es de izquierdas, sino liberal, y procede de la Independencia americana -la única y genuina revolución burguesa de la Historia-: “No representation, no taxes” o “No taxation without representation”. No hay tributación sin representación. 
 
Pero que pueda haber gente que se llame de izquierdas y discuta esos principios en que se basan todas las uniones políticas de uno u otro tipo, desde las más débiles a las más fuertes, y entre ellas las nacionales, que son la solidaridad interterritorial y la convergencia económica, resulta insólito. 
 
La Nación no es, como decía aquel indocumentado que tuvimos la desgracia de que nos gobernara, un principio discutido y discutible. Al revés, la Nación es un concepto clarísimo que deberían entender con más nitidez quienes se dicen de izquierdas: la Nación es, ante todo y sobre todo, un concepto solidario, que se explica perfectamente con aquel lema de los mosqueteros: “todos para uno y uno para todos”.
 
La propia existencia de fuerzas políticas que se llaman nacionalistas y de izquierdas, en un país históricamente consolidado, con siglos de existencia y lazos familiares, culturales, económicos e institucionales de todo tipo, es una estupidez antológica. Estoy pensando en partidos como Esquerra Republicana o Chunta Aragonesista, que son una estupidez encarnada con forma de organización política -una estupidez orgánica, con sus propios órganos de poder y de representación- cuya propia existencia se basa en una contradicción insalvable, donde tratan de hacer compatible la solidaridad -la igualdad socialista- con la segregación nacionalista. Orwell lo definió muy bien, aunque no para este caso, sino pensando en nomenklaturas dirigentes: “Todos los animales son iguales, pero algunos más iguales que otros”. El nacionalismo, lo he dicho muchas veces, es orwelliano. 
 
Es por eso que algún tonto esférico, procedente de una escisión de CHA, Puyalón de Cuchas, hablaba de la colonización de Aragón por parte de España, para justificar esa contradicción conceptual insalvable. Claro que es imposible creerle. ¿Alguien imagina que un habitante de la Calabria italiana, de la Borgoña francesa o de la Pensilvania americana pudiera hablar de la colonización que sufren de sus propios países, sin perder de inmediato el respeto de sus conciudadanos? O un concejal de CHA, no mucho más inteligente a juzgar por las evidencias que el escindido de su partido, prometió su cargo comprometiéndose por la autodeterminación de Aragón. 
 
Con los mismos argumentos y cargado de razón, un ciudadano de Huesca podría solicitar la autodeterminación de su provincia respecto de Aragón, o un habitante del distrito Centro de Zaragoza podría declararse harto de pagar los servicios de los que disfrutan en Torrero, y pedir la independencia, previa publicación, claro, de las balanzas fiscales de los distritos zaragozanos. 

Decididamente, tenemos la izquierda más sectaria, reaccionaria y, lo peor de todo, más estúpida de toda Europa, aliada con partidos nacionalistas, excluyentes y de ideologías muy próximas a la xenofobia cultural y lingüística, abandonado, pero tampoco del todo, el racismo genético.
 
 
 

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