domingo, marzo 04, 2007

El mitin de Batasuna en Pamplona

Si Zapatero vendió su decisión como un gesto de magnanimidad -que sólo le es posible al que es superior; ¿lo es realmente?-, Batasuna no parece haber entendido el mensaje que pretendía transmitir. Realmente, nadie, salvo quizás él mismo, esperaba que lo hiciera. O quizás lo ha entendido demasiado bien, en el mismo sentido -exactamente en el mismo- en que lo ha entendido la inmensa mayoría de la sociedad española: como una claudicación, como una victoria de los violentos sobre los pacíficos, como una dolorosa humillación de la Nación española.

Batasuna, grupo político prohibido por la legislación española, todavía vigente, celebró su mitin con absoluta normalidad, sin que las fuerzas de seguridad intervinieran.

No se ha oído que Batasuna condenara la violencia. No lo ha hecho. ¿Esperaba Zapatero ese mínimo gesto a cambio de la humillante excarcelación de De Juana y del coste electoral que ello le puede producir? Hubiera sido, éste sí, un gesto magnánimo que le hubiera permitido salvar mínimamente la cara. Batasuna exigió -insisto: exigió- la derogación de la Ley de Partidos. En ningún momento anunció que fuera a plegarse a ella.

Batasuna vendió la excarcelación de De Juana Chaos como un triunfo. Su mitin fue un acto de celebración. ¿Entraba esa celebración en los cálculos de Zapatero? Es imposible que no entrara.

Volvieron a invocar la anexión de Navarra con un nivel de exigencia que nunca hasta ahora han empleado. Se ve que perciben el fruto maduro, sólo con que el PSOE obtenga la posibilidad de gobernar allí en coalición con Nafarroa Bai. Quizás el futuro de España se juega en esa Comunidad. Pero, ¡ojo!, esa anexión que se produciría bajo la fórmula política de una nueva autonomía dentro del Estado español, sólo sería un paso previo hacia la independencia. Lo dijeron expresamente así en el mitin. No renuncian a nada por tanto.
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Más aún, liberado De Juana Chaos, exigieron la liberación de más presos etarras.

Todo eso es lo que pudo verse en el mitin de Pamplona: una celebración de la claudicación de Zapatero. ¿Alguien esperaba otra cosa?

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