sábado, febrero 10, 2007

La (posible) dimisión de Pérez Tremps

La dignidad mancillada parece ser el argumento (la coartada) de Pérez Tremps para justificar su dimisión.

Ramón Pí ha escrito en La Gaceta de los Negocios (día 8 de febrero) un artículo en el que vierte algunas ideas que coinciden con las que yo expresaba (sin haberlo leído) estos días pasados en uno de mis artículos: El descrédito del Tribunal Constitucional. La dimisión de Pérez Tremps se podría interpretar como la confesión de haber sido nombrado como juez ‘ad casum’, una aberración jurídica. Algo así, y cito a Ramón Pí, como reconocer paladinamente que fue al Constitucional para cumplir un encargo, casi una autoinculpación de prevaricación. Recusado para ese encargo, y precisamente para ese encargo, ya no pinta nada.

Ahora, si dimite, será recompensado por el Gobierno. Habremos de ver y valorar esa recompensa. Como habremos de valorar el sesgo político de quien haya de sustituirle (quemado y estigmatizado desde su propio nombramiento). Y con su dimisión, la presidenta del Tribunal, cuyo marido también elaboró un informe para la Generalitat relacionado con el Estatuto, recupera su impagable voto de calidad. Seis a seis más el voto de calidad de doña María Emilia.¿No va estar mediatizado su voto por las ideas de su marido y por el dinero que percibió de la Generalitat la unidad familiar en la que se integra?

(Por cierto qué forma tan mercantil y sucia de hacer política y de garantizarse el apoyo al Estatuto la de los socialistas y nacionalistas catalanes: en Cataluña -y quizás a estas alturas en el conjunto de España- socialistas y nacionalistas se confunden)

Pero en cualquier caso, si es la dignidad lo que le preocupa a Pérez Tremps -que no creo- ésta queda mejor salvaguardada manteniéndose en su puesto, demostrando con los hechos que no estaba en el Tribunal Constitucional para este encargo concreto, renunciando anticipadamente a la previsible recompensa que lograría con su dimisión. Porque si permanece en su puesto, no debe esperar ninguna.

Lo preocupante es que el futuro de la Nación haya llegado a un extremo en que depende de la dignidad supuestamente mancillada de un magistrado, de uno solo, que a estas alturas estará valorando el nuevo cargo con que le recompensará el Gobierno los servicios prestados. ¿Cómo nos hemos dejado llevar a esta situación? A un paso del precipicio, de la disolución como nación, pendientes de la conciencia de un hombre. Y de su precio.

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