La dignidad mancillada parece ser el argumento (la coartada) de Pérez Tremps para justificar su dimisión.
Ramón Pí ha escrito en La Gaceta de los Negocios (día 8 de febrero) un artículo en el que vierte algunas ideas que coinciden con las que yo expresaba (sin haberlo leído) estos días pasados en uno de mis artículos: El descrédito del Tribunal Constitucional. La dimisión de Pérez Tremps se podría interpretar como la confesión de haber sido nombrado como juez ‘ad casum’, una aberración jurídica. Algo así, y cito a Ramón Pí, como reconocer paladinamente que fue al Constitucional para cumplir un encargo, casi una autoinculpación de prevaricación. Recusado para ese encargo, y precisamente para ese encargo, ya no pinta nada.
Ahora, si dimite, será recompensado por el Gobierno. Habremos de ver y valorar esa recompensa. Como habremos de valorar el sesgo político de quien haya de sustituirle (quemado y estigmatizado desde su propio nombramiento). Y con su dimisión, la presidenta del Tribunal, cuyo marido también elaboró un informe para la Generalitat relacionado con el Estatuto, recupera su impagable voto de calidad. Seis a seis más el voto de calidad de doña María Emilia.¿No va estar mediatizado su voto por las ideas de su marido y por el dinero que percibió de la Generalitat la unidad familiar en la que se integra?
(Por cierto qué forma tan mercantil y sucia de hacer política y de garantizarse el apoyo al Estatuto la de los socialistas y nacionalistas catalanes: en Cataluña -y quizás a estas alturas en el conjunto de España- socialistas y nacionalistas se confunden)
Pero en cualquier caso, si es la dignidad lo que le preocupa a Pérez Tremps -que no creo- ésta queda mejor salvaguardada manteniéndose en su puesto, demostrando con los hechos que no estaba en el Tribunal Constitucional para este encargo concreto, renunciando anticipadamente a la previsible recompensa que lograría con su dimisión. Porque si permanece en su puesto, no debe esperar ninguna.
Lo preocupante es que el futuro de la Nación haya llegado a un extremo en que depende de la dignidad supuestamente mancillada de un magistrado, de uno solo, que a estas alturas estará valorando el nuevo cargo con que le recompensará el Gobierno los servicios prestados. ¿Cómo nos hemos dejado llevar a esta situación? A un paso del precipicio, de la disolución como nación, pendientes de la conciencia de un hombre. Y de su precio.
Ahora, si dimite, será recompensado por el Gobierno. Habremos de ver y valorar esa recompensa. Como habremos de valorar el sesgo político de quien haya de sustituirle (quemado y estigmatizado desde su propio nombramiento). Y con su dimisión, la presidenta del Tribunal, cuyo marido también elaboró un informe para la Generalitat relacionado con el Estatuto, recupera su impagable voto de calidad. Seis a seis más el voto de calidad de doña María Emilia.¿No va estar mediatizado su voto por las ideas de su marido y por el dinero que percibió de la Generalitat la unidad familiar en la que se integra?
(Por cierto qué forma tan mercantil y sucia de hacer política y de garantizarse el apoyo al Estatuto la de los socialistas y nacionalistas catalanes: en Cataluña -y quizás a estas alturas en el conjunto de España- socialistas y nacionalistas se confunden)
Pero en cualquier caso, si es la dignidad lo que le preocupa a Pérez Tremps -que no creo- ésta queda mejor salvaguardada manteniéndose en su puesto, demostrando con los hechos que no estaba en el Tribunal Constitucional para este encargo concreto, renunciando anticipadamente a la previsible recompensa que lograría con su dimisión. Porque si permanece en su puesto, no debe esperar ninguna.
Lo preocupante es que el futuro de la Nación haya llegado a un extremo en que depende de la dignidad supuestamente mancillada de un magistrado, de uno solo, que a estas alturas estará valorando el nuevo cargo con que le recompensará el Gobierno los servicios prestados. ¿Cómo nos hemos dejado llevar a esta situación? A un paso del precipicio, de la disolución como nación, pendientes de la conciencia de un hombre. Y de su precio.
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