domingo, junio 03, 2007

La renovación del PP aragonés (I)

Harían mal los líderes del PP aragonés en considerar desleales a todos los que en estos días vienen reclamando un ejercicio de autocrítica y, como resultado de la misma, una revisión de actitudes y una necesaria renovación. Desleal, en las actuales circunstancias, es el que mantiene un discurso adulador y de indiferencia ante los graves resultados electorales obtenidos.

En el Heraldo de Aragón del sábado, día 2 de junio aparecía este largo artículo de Mikel Iturbe, titulado “Final de una etapa”:

“Mirarse al espe­jo suele ser sufi­ciente para re­conocer un ros­tro macilento, aunque cuestión bien distinta es aceptar la evidencia que traslada el cristal. La negación de la reali­dad responde al miedo, la torpe­za o el instinto de supervivencia, razones que solapadas conforman una peligrosa amalgama de difícil limpieza.

Pese a que los dirigentes del PP Aragón se afanan estos días por justificar sus malos resultados en las elecciones del pasado domin­go protegiéndose bajo el paraguas del concejal ganado en el Ayun­tamiento de Zaragoza y el nuevo diputado regional –¡bendita Ley D'Hondt!-, las cifras reflejadas en el espejo de las urnas hablan de un descalabro mayúsculo. Tan so­lo en la Comunidad, los popula­res han perdido cerca de 12.000 votos, agujero al que se le conce­de auténtica dimensión cuando se pregunta por el destino último de las 7.000 papeletas que el al­caldable Domingo Buesa se ha dejado por el camino.

La falta de tirón de los candi­datos popu1ares -tan solo Rober­to Bermúdez de Castro (Huesca) y Manuel Blasco (Teruel) han sal­vado parcialmente los muebles-, su escasa identificación con los votantes y la ausencia de un mí­nimo proyecto político propio, al margen de la disciplinada repeti­ción de las consignas impuestas desde Madrid, han logrado que, por primera vez en la corta histo­ria electoral de Aragón, la abs­tención no beneficiase directa­mente al centro-derecha. Los lí­deres del PP han rizado el rizo de la antipatía, de la falta de atracti­vo hacia un cartel electoral y han conseguido, ellos solos y sin ayuda de ningún rival político, que su electorado se quedase en casa la tarde del pasado 27-M.

Transcurrida una semana de las elecciones, los dirigentes del PP continúan negando el análisis frío de los datos. De hecho, ningún cargo se ha planteado presentar su dimisión -se apela a la respon­sabilidad para justificar la per­manencia-, mientras se proyecta una sensación patrimonial de los puestos que habrían de quedar vacantes. En realidad, los resulta­dos son los peores que se podían haber cosechado, enmascarados, a su vez, por unos brochazos de maquillaje abstencionista, que ocultan la situación de crisis por la que atraviesa el partido.

Desde Madrid se ha pedido a los dirigentes populares que cie­rren filas en Aragón ante la extendida sensación de que Rodrí­guez Zapatero pueda adelantar la cita de las elecciones generales. El miedo a resultar pillados en pleno proceso de cambio parece que preocupa mucho más que lle­gar nuevamente a las urnas con un equipo débil y desorientado. Olvida el PP que con esta mal planteada estrategia de autopro­tección solo logra agrandar el ta­maño de un problema para el que los cuidados paliativos ya no sir­ven y sólo la cirugía mayor reme­diará un mal incurable. Lo que le ocurre al PP en Aragón no es so­lo un problema de caras nuevas o de renovación de cargos, los po­pulares tienen que tejer un pro­yecto propio y reconocible por el electorado del que hoy carecen. El convencimiento de que las su­bidas y bajadas en la vida política de un partido de ámbito nacional quedan sujetas a corrientes aje­nas a lo autonómico, creencia muy extendida entre los dirigen­tes aragoneses del PP, ha arruina­do durante estos últimos meses los esfuerzos por construir una corriente de cambio. Ha faltado valor, incluso el atrevimiento mí­nimo para pactar las diferencias con Génova y para, especialmen­te, aceptar que los ganadores de las guerras intestinas no son siempre los más indicados para li­derar una lista electoral.

Para que la vida política arago­nesa alcance cierto grado de plenitud, una saneada actividad pública, resulta imprescindible que la oposición quede construi­da bajo parámetros que concedan la máxima de las fortalezas. El fla­co favor que se hace al sistema no asumiendo el papel opositor en unas mínimas condiciones solo contribuye a debilitar aún más al partido que no disfruta de todos los mecanismos que facilitan to­da acción de gobierno. Mal lo tie­ne el PP, porque igual de mal le ha ido a todos aquellos que con ca­rácter previo a las elecciones comenzaron a postularse como su­cesores de Gustavo Alcalde. Qui­zá, el cambio haya de ser tan pro­fundo que los que hoy están ten­gan que marcharse, para dejar si­tio a los que ya estuvieron o nun­ca se atrevieron a llegar.

El tiempo, como de costumbre, marca nuevas urgencias, aunque todavía más de uno piensa que ca­si gana las elecciones”.

Quiero enfatizar esa frase del artículo: “los po­pulares tienen que tejer un pro­yecto propio y reconocible por el electorado del que hoy carecen”, porque coincide exactamente con lo que yo sostengo: El PP ha renunciado a ser un referente nítido para el electorado aragonés, y particularmente para el centro derecha, desorientado ante sus formulaciones políticas, y para la clase media tan duramente castigada por los partidos gobernantes en estos últimos años. El PP no ha planteado ninguna solución, ninguna oposición digna de tal nombre ni ninguna denuncia valiente y comprometida. Nada que lo diferencie del resto.

(Continuará)

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