El nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría está teniendo un efecto colateral preocupante, que trasciende de la personalidad de la elegida: el cuestionamiento del liderazgo de Rajoy.
Siempre he sostenido que el liderazgo de una persona no depende de sus cualidades sobresalientes, sino del reconocimiento de los liderados, de su aquiescencia o conformidad a ser dirigidos por él. Ni Napoleón ni Alejandro Magno hubieran conseguido nunca nada si sus subordinados hubieran cuestionado su autoridad.
No sé si Rajoy habrá acertado o no con sus nombramientos. En principio yo estoy dispuesto a conceder a Soraya, el más cuestionado de ellos, los cien días de gracia que la costumbre y la cortesía exigen. Su currículo la acredita como una persona inteligente y preparada, aunque ya sabemos que eso no basta en política: hace falta mala leche, rapidez en la réplica, brillantez dialéctica, instinto depredador… Cualidades, muchas de ellas, congénitas, más que adquiridas, aunque sin duda pueden cultivarse.
No hubiera sido Soraya mi elección, ciertamente. Es más, yo esa decisión la hubiera llevado ya tomada antes de las elecciones; incluso varias alternativas, en previsión de los diferentes resultados posibles. Y en ninguna de esas alternativas figuraba Soraya. Pero no soy yo quien debe decidir. En cada uno de nosotros anida un magnífico seleccionador nacional de fútbol.
Lo resaltable en este caso es el contraste entre lo ocurrido con los nombramientos de Zapatero, rápidos e incontestados, y los de Rajoy. Los de este último han sido lentos, premiosos y han originado un gran revuelo, que no originaron los del presidente.
Pero analicemos el revuelo:
Uno, no se entiende el retraso. Casi veinte días para unos nombramientos tan previsibles sólo pueden explicarse por alguna razón extraordinaria: ¿una depresión necesitada de algún tratamiento ligero y unos días de reposo, impuestos por un facultativo?
Dos, ¿y la gente mejor preparada? ¿Cómo se explica ese empeño en mantener alejados a los verdaderos pesos pesados del partido, Mayor Oreja, Vidal Quadras…?
Y tres, ¿en qué situación queda Pizarro? ¿Es posible neutralizar para el resto de legislatura un cerebro como el de Pizarro? ¿Ha renunciado éste, segundo en la lista de Madrid, a su enorme capacidad de influencia -poder, se le puede llamar sin exagerar- y a sus ingresos para pasar a convertirse en un diputado de la quinta fila del Congreso, un culiparlante cualquiera?
Lo más sobresaliente del asunto, lo que va a tener consecuencias a medio y largo plazo, no es el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría sino su efecto, sin duda ya larvado y anterior, sobre el liderazgo de Rajoy.
Estos días hemos leído sobre Rato, Esperanza Aguirre, Pizarro, Mayor Oreja, Vidal Quadras, Gustavo de Arístegui…
Y es que en el PP hay banquillo, mucho y muy bueno.
Siempre he sostenido que el liderazgo de una persona no depende de sus cualidades sobresalientes, sino del reconocimiento de los liderados, de su aquiescencia o conformidad a ser dirigidos por él. Ni Napoleón ni Alejandro Magno hubieran conseguido nunca nada si sus subordinados hubieran cuestionado su autoridad.
No sé si Rajoy habrá acertado o no con sus nombramientos. En principio yo estoy dispuesto a conceder a Soraya, el más cuestionado de ellos, los cien días de gracia que la costumbre y la cortesía exigen. Su currículo la acredita como una persona inteligente y preparada, aunque ya sabemos que eso no basta en política: hace falta mala leche, rapidez en la réplica, brillantez dialéctica, instinto depredador… Cualidades, muchas de ellas, congénitas, más que adquiridas, aunque sin duda pueden cultivarse.
No hubiera sido Soraya mi elección, ciertamente. Es más, yo esa decisión la hubiera llevado ya tomada antes de las elecciones; incluso varias alternativas, en previsión de los diferentes resultados posibles. Y en ninguna de esas alternativas figuraba Soraya. Pero no soy yo quien debe decidir. En cada uno de nosotros anida un magnífico seleccionador nacional de fútbol.
Lo resaltable en este caso es el contraste entre lo ocurrido con los nombramientos de Zapatero, rápidos e incontestados, y los de Rajoy. Los de este último han sido lentos, premiosos y han originado un gran revuelo, que no originaron los del presidente.
Pero analicemos el revuelo:
Uno, no se entiende el retraso. Casi veinte días para unos nombramientos tan previsibles sólo pueden explicarse por alguna razón extraordinaria: ¿una depresión necesitada de algún tratamiento ligero y unos días de reposo, impuestos por un facultativo?
Dos, ¿y la gente mejor preparada? ¿Cómo se explica ese empeño en mantener alejados a los verdaderos pesos pesados del partido, Mayor Oreja, Vidal Quadras…?
Y tres, ¿en qué situación queda Pizarro? ¿Es posible neutralizar para el resto de legislatura un cerebro como el de Pizarro? ¿Ha renunciado éste, segundo en la lista de Madrid, a su enorme capacidad de influencia -poder, se le puede llamar sin exagerar- y a sus ingresos para pasar a convertirse en un diputado de la quinta fila del Congreso, un culiparlante cualquiera?
Lo más sobresaliente del asunto, lo que va a tener consecuencias a medio y largo plazo, no es el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría sino su efecto, sin duda ya larvado y anterior, sobre el liderazgo de Rajoy.
Estos días hemos leído sobre Rato, Esperanza Aguirre, Pizarro, Mayor Oreja, Vidal Quadras, Gustavo de Arístegui…
Y es que en el PP hay banquillo, mucho y muy bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario