El nuestro fue un país que en la posguerra envió ingentes cantidades de inmigrantes a otros países de Europa, y el dinero que enviaban a sus familias supuso sin duda una fuente de ingresos que contribuyó al crecimiento de nuestra economía. Durante décadas la mano de obra fue nuestra única exportación.
Es lógico, entonces, que admitamos como normal que los inmigrantes que hoy trabajan en España envíen a sus países remesas de dinero, como hicieron los españoles dos generaciones atrás.
Pero no es ese el asunto, sino el tamaño que ha alcanzado la población inmigrante respecto a nuestro tamaño demográfico, el impacto social de una inmigración masiva, quizás desproporcionada y más concentrada en el tiempo de lo que ha ocurrido con ningún otro país prácticamente nunca.
Y, por supuesto, su impacto económico. A mí no me cabe duda de que, aun siendo necesarios y ocupando puestos de trabajo que la población española rechazaba -ya veremos en breve...-, si no hubiéramos tenido esas tasas de inmigración nuestro modelo de crecimiento de estos últimos años hubiera sido diferente. Hemos experimentado crecimientos del PIB muy superiores a los del resto de países europeos, pero a ello ha contribuido el crecimiento de la población mucho más que el crecimiento de la competitividad. Se ha dado un abaratamiento de la mano de obra, que si en un principio se circunscribía a la población inmigrante, pronto ha difundido al resto de la población. Es imposible que coexistan dos mercados de trabajo estancos. Al final tienden a unificarse y siempre al nivel salarial, de precariedad y de protección social más bajo. Tenemos más de diez millones de submileuristas en España. Una vergüenza, de la que no culpo a los inmigrantes, sino a quienes se aprovechan de la situación.
¿Puede nuestra economía absorber esa cantidad de inmigrantes sin alterar sustancialmente sus patrones de funcionamiento? ¿Pueden los servicios sociales adaptarse a esos crecimientos poblacionales, de casi un millón nuevo de habitantes por año? Somos el segundo país en tasa bruta de inmigración, sólo por detrás de Estados Unidos. Comparen ahora el tamaño de su población y el volumen de su economía. Pero es que ahora mismo somos el primer país en tasas relativas, respecto a la población autóctona.
Un dato preocupante: en los siete primeros meses del año, las remesas que envían los inmigrantes a sus países de origen han crecido un 25,38% respecto al mismo periodo del año 2006. Somos, en el volumen de las remesas de los inmigrantes, el segundo país del mundo por detrás de Estados Unidos. Pero nuestra economía no es ni la segunda ni la tercera, tras ellos. Que nadie interprete en mis palabras ningún atisbo xenófobo, porque no lo hay. Siento mucho respeto por la gente, y más por quienes han arriesgado y renunciado a tanto. Pero que a nadie le quepa duda de que si somos solidarios lo somos con todas las consecuencias. Como lo fueron los alemanes con la Unificación. La deseaban y la lograron, pero hubieron de pagarla. Yo no tengo duda de que sin la llegada masiva de inmigrantes nuestro PIB no hubiera crecido tanto, pero hoy nuestra renta per cápita sería mayor.
Las remesas son sólo una parte más, y ni con mucho la más importante, de nuestro déficit exterior. De hecho el déficit de la balanza por cuenta corriente equivale ya al 6% del PIB habiéndose incrementado en los seis primeros meses de este año un 20% con respecto a idéntico periodo del años pasado. Y en el mes de julio de este año ha habido una caída de la inversión extranjera del 32%.
Es lógico, entonces, que admitamos como normal que los inmigrantes que hoy trabajan en España envíen a sus países remesas de dinero, como hicieron los españoles dos generaciones atrás.
Pero no es ese el asunto, sino el tamaño que ha alcanzado la población inmigrante respecto a nuestro tamaño demográfico, el impacto social de una inmigración masiva, quizás desproporcionada y más concentrada en el tiempo de lo que ha ocurrido con ningún otro país prácticamente nunca.
Y, por supuesto, su impacto económico. A mí no me cabe duda de que, aun siendo necesarios y ocupando puestos de trabajo que la población española rechazaba -ya veremos en breve...-, si no hubiéramos tenido esas tasas de inmigración nuestro modelo de crecimiento de estos últimos años hubiera sido diferente. Hemos experimentado crecimientos del PIB muy superiores a los del resto de países europeos, pero a ello ha contribuido el crecimiento de la población mucho más que el crecimiento de la competitividad. Se ha dado un abaratamiento de la mano de obra, que si en un principio se circunscribía a la población inmigrante, pronto ha difundido al resto de la población. Es imposible que coexistan dos mercados de trabajo estancos. Al final tienden a unificarse y siempre al nivel salarial, de precariedad y de protección social más bajo. Tenemos más de diez millones de submileuristas en España. Una vergüenza, de la que no culpo a los inmigrantes, sino a quienes se aprovechan de la situación.
¿Puede nuestra economía absorber esa cantidad de inmigrantes sin alterar sustancialmente sus patrones de funcionamiento? ¿Pueden los servicios sociales adaptarse a esos crecimientos poblacionales, de casi un millón nuevo de habitantes por año? Somos el segundo país en tasa bruta de inmigración, sólo por detrás de Estados Unidos. Comparen ahora el tamaño de su población y el volumen de su economía. Pero es que ahora mismo somos el primer país en tasas relativas, respecto a la población autóctona.
Un dato preocupante: en los siete primeros meses del año, las remesas que envían los inmigrantes a sus países de origen han crecido un 25,38% respecto al mismo periodo del año 2006. Somos, en el volumen de las remesas de los inmigrantes, el segundo país del mundo por detrás de Estados Unidos. Pero nuestra economía no es ni la segunda ni la tercera, tras ellos. Que nadie interprete en mis palabras ningún atisbo xenófobo, porque no lo hay. Siento mucho respeto por la gente, y más por quienes han arriesgado y renunciado a tanto. Pero que a nadie le quepa duda de que si somos solidarios lo somos con todas las consecuencias. Como lo fueron los alemanes con la Unificación. La deseaban y la lograron, pero hubieron de pagarla. Yo no tengo duda de que sin la llegada masiva de inmigrantes nuestro PIB no hubiera crecido tanto, pero hoy nuestra renta per cápita sería mayor.
Las remesas son sólo una parte más, y ni con mucho la más importante, de nuestro déficit exterior. De hecho el déficit de la balanza por cuenta corriente equivale ya al 6% del PIB habiéndose incrementado en los seis primeros meses de este año un 20% con respecto a idéntico periodo del años pasado. Y en el mes de julio de este año ha habido una caída de la inversión extranjera del 32%.
Pero ya saben: según Rodríguez Zapatero estamos en la Champions League de la economía.
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