Como ya pueden imaginar, la sola eventualidad de que pudiera darse la situación que refleja el mapa que acompaña este artículo me pone los pelos de punta, y no precisamente por la extensión del color azul en el mapa de España, sino por la persistencia del rojo en Aragón.
Porque la situación que se genere en Aragón tras las próximas elecciones autonómicas puede ser endiablada, sujeta a todo tipo de pactos y combinaciones: seis partidos políticos con representación parlamentaria. ¿Se imaginan?
Estoy deseando que aparezcan encuestas más recientes sobre la intención de voto en Aragón, porque a día de hoy no sé qué pensar.
Las últimas encuestas que recuerdo, publicadas en diciembre del año pasado, apenas acusaban ningún desgaste del PSOE aragonés. Algo que a estas alturas y a la vista de los sondeos publicados en otros lugares me parece casi insólito. Creo que el PSOE sufrirá en Aragón una inevitable (y merecida) pérdida de votos. Entre otras cosas porque la más que probable candidata socialista es de una endeblez intelectual y política más que notable, y su trayectoria ofrece más ridículos que fracasos -algo seriamente contraindicado en política-, y ningún éxito. Además, la figura de Marcelino Iglesias, su principal mentor, está perdiendo lustre a marchas forzadas.
Quizás como consecuencia de la mayor efectividad de la oposición popular o porque por fin la prensa se ha percatado de que tras la fachada de las empresas públicas y comarcas puede estar fraguándose algo muy sórdido, blindado a cualquier tipo de escrutinio público, crecen las dudas sobre la gestión del equipo de gobierno formado por socialistas y aragonesistas. Lo que ya no puedo aventurar es si ese descenso electoral será muy acusado o no, si dejará al PSOE por encima del PP, empatado o por debajo. Y ese dato es importante porque es el que determinará en primer lugar quien pueda gobernar.
Pero hay un segundo factor a considerar. El PP en aquellas encuestas subía en votos y escaños, pero a costa del PAR, exclusivamente. Lo que no desgasta ni al PSOE en particular ni al bloque de izquierdas en su conjunto. Y ello podría suponer que aún ganando el PP, pudiera gobernar el PSOE con una coalición de izquierdas.
Anticipo, como apuntaban aquellas encuestas, un notable desgaste del PAR. No obstante, es improbable su desaparición. Su estructura territorial, montada a la sombra de las comarcas y de alguna empresa pública con un gran número de empleos generados en el medio rural, le permitirá mantener como poco la mitad de sus escaños, aunque desciendan sus expectativas en la capital aragonesa.
Y luego está UPyD. La existencia de este partido puede robarle algún voto al PP, pero, sobre todo, servir de recipiente alternativo a los que puedan perder el PSOE o el PAR. Por eso, no sería descabellado que UPyD obtuviera un escaño, incluso dos, por la circunscripción de Zaragoza. ¿Y con quién pactaría UPyD? Siendo una escisión del PSOE se entendería poco que luego pactara con ellos. Para ese viaje no harían falta alforjas. ¿Y con el PP? También rechina. Su presencia, que si se produce no deploraré, será un factor de incertidumbre más.
Vistas así las cosas, no sería raro que en Aragón volviera a haber un gobierno de izquierdas (¿incluso un pentapartito a la mallorquina?), junto con otra sola comunidad: Extremadura. En Andalucía, Asturias y Castilla-La Mancha huele ya a cambio electoral.
Y si tenemos en cuenta que la unión de los nacionalistas vascos, radicales y moderados, puede volver a dar el gobierno al PNV en las próximas elecciones (dentro de más de dos años) y que CiU va a ganar por goleada al PSC en las elecciones de después del verano, el mapa electoral puede quedar tal como he dibujado.
Algo preocupante si el próximo gobierno de la Nación cambia de signo, como espero y deseo. Nos pillaría, como ha sucedido a menudo, con el pie cambiado.
Es por eso vital que el PP aragonés acentúe su labor de oposición. Empresas públicas y comarcas: esa es la clave. Aunque a estas alturas ya deben saberlo. Espero.
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