sábado, abril 24, 2010

Aquí alguien se está volviendo loco o nos estamos volviendo locos todos

En una reciente intervención decía sentirme “culpable del despilfarro de la herencia que recibimos de nuestros abuelos y padres, y del legado infame que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos”. No soy el único en expresar esta idea.

“Lo que construyeron los padres de mi generación está siendo destruido sin consideración alguna; a lo bestia, paso a paso”.

“¿Nos imaginamos al rector de la Universidad de Nueva York y a un ex fiscal de los Estados Unidos acompañados de los principales sindicatos norteamericanos impasibles y aplaudiendo ante la acusación de que el Tribunal Supremo de su país está formado por jueces corruptos, fascistas y/o torturadores? ¿Nos imaginamos a esos mismos señores, junto a alguna actriz -que no se pierde una, por cierto- riendo y felicitándose bajo una bandera que no fuera la de barras y estrellas, como aquí ocurrió con una farsa de bandera republicana? Y sigo con mis preguntas sin respuestas serias: ¿nos podemos llegar a imaginar a un político alemán presionando y hasta ridiculizando a su Tribunal Constitucional? ¿Y a un político francés ocultando lo que sus Fuerzas Armadas hacen y por lo que sangran, literalmente, en cualquier teatro de operaciones del mundo?”

“Junto a un buen amigo pude reconstruir hace un par de días la infancia de nuestros padres. Uno, su padre, tuvo durante media existencia la cara atravesada por un agujero causado por un balazo durante la Guerra Civil, que le perforaba desde una mandíbula hasta el lado opuesto del cuello. El otro, mi padre, se ataba a las espinillas, con cuerdas de pita, las suelas que encontraba en la basura de un Madrid de la posguerra para fabricarse su propio calzado. Décadas después, el uno y el otro, y otros tantos millones de españoles, produjeron una Transición democrática envidiable y fabricaron un armazón institucional que ha sido ejemplo en el mundo entero y que milímetro a milímetro estamos derrumbando. Sin cortarnos un pelo. Sin vergüenza alguna y sin medir las consecuencias. De seguir así, a nuestros hijos no podremos explicarles el desastre, pero hay algo peor: ¿cómo les diremos a nuestros padres lo que hemos sido capaces de destruir en un abrir y cerrar de ojos, cuando a ellos les costó su sangre, su libertad, su esfuerzo, sus renuncias y la vida entera?”

“Serán ellos [nuestros hijos] los que se acaben marchando de España o nos terminen echando de las ruinas restantes”.

“Nuestros hijos nos dirán, sin reparar en ideologías ni en partidos, y escupiéndonos en los libros de Historia: «Papá y mamá, habéis destrozado lo que hicieron los abuelos». Y, para nuestro ridículo, tendrán razón”.

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