Me irrita ver la desvergüenza con que Rodríguez Zapatero acusa de desleal a Mariano Rajoy, cuando es él, el Presidente, el que ha traicionado todos los compromisos y faltado de forma reiterada a su palabra. No sé si Rajoy ha sabido darle la respuesta adecuada, pero creo que si se hubiera producido hubiéramos leído la reseña en algún medio de comunicación. Este es el discurso que yo haría si estuviera en la piel de Rajoy:
“Le voy a confesar una cosa, señor Rodríguez Zapatero: empiezo a estar, más que cansado, dolorosamente harto de que una y otra vez me acuse de deslealtad por no prestarle mi apoyo a esa política pretendidamente antiterrorista que usted practica; o que pretende convencernos, o quizás convencerse a sí mismo, de que practica.
Cada vez que usted habla de “su” política antiterrorista nos insulta usted: insulta nuestra inteligencia, la del conjunto de los ciudadanos, la mía propia, y especialmente la de sus propios votantes. ¡Qué poco respeto les tiene usted! ¡Qué poco respeto nos tiene al conjunto de los españoles!
Usted no practica una política antiterrorista, sino claramente proterrorista. Cuando usted accedió al Gobierno, ETA estaba contra las cuerdas. Hoy es más fuerte que entonces: se ha rearmado, se ha financiado, se ha reorganizado. Según fuentes policiales francesas, de haber seguido con la política del anterior gobierno, ETA podría haber sido derrotada en un año y medio. Ahora se acepta con naturalidad que puede volver a matar cuando quiera. Ustedes incluso le han suplicado –suplicado, sí- que no mate en campaña electoral. Y luego, ¿qué, señor presidente? Y luego, ¿qué? ¿Luego sí? Todo ello como resultado de su pretendida política antiterrorista. ¿Esa es la política que usted pretende que yo le apoye?
Todavía conservo en mi retina la imagen del recibimiento de la ambulancia que llevaba a De Juana Chaos al País Vasco. Era recibido como un héroe victorioso. Victorioso, sí. Sus simpatizantes vivieron aquello como una victoria. ¿Sabe cómo vivieron aquello las víctimas? Lo sabe, pero preferiría que yo no se lo recordara. Pero lo voy a hacer, se lo voy a decir: como una derrota. Las víctimas se sintieron derrotadas. O peor, traicionadas. Se lo repetiré porque es importante, trascendente, que usted lo oiga, lo entienda y lo interiorice: traicionadas. ¿Y pretende que yo apoye esa política? ¿Pretende que yo apoye y refrende una política que humilla a las víctimas y las hace sentirse traicionadas? No, señor presidente, no me pida eso. No sé cómo se le ha podido pasar por la cabeza.
Mire usted: ni siquiera Felipe González en la época de los GAL se atrevió a tanto. ¿Se imagina usted que Felipe González nos hubiera pedido su apoyo para aquella peculiar política antiterrorista?
Cree usted, o parece creer -actúa o argumenta como si lo creyera- que yo tengo la obligación de darle mi apoyo en este tema, haga usted lo que haga. Y mire, no. Está usted muy equivocado. No tengo esa obligación. No la tengo. Tengo, por el contrario, otras obligaciones mucho más graves, a las que me debo.
Tengo la obligación de ser leal a España. Y procuro serlo.
Tengo la obligación de ser leal a los españoles. Y lo soy, creo.
Tengo la obligación de ser leal a mis votantes. Y también me esfuerzo por serlo.
Y tengo la obligación de ser leal a mis propias convicciones. No podría prestarle mi apoyo sin traicionarlas.
Fíjese si soy leal que estoy siendo más leal con sus votantes de lo que está siendo usted mismo.
Pero no tengo, señor Presidente, la obligación de ser leal con los traidores.
Ha entablado usted conversaciones con ETA porque este Parlamento le concedió su permiso, con nuestra oposición. Pero le otorgó permiso en unas condiciones que no se han cumplido. No se han cumplido en absoluto. Y en esas circunstancias, cumpliendo el mandato de este Parlamento, usted debería haberse abstenido. Le recuerdo las palabras de la resolución aprobada: “si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción...”. ¿Ha habido desde entonces “actitudes inequívocas”? Debo recordar que miembros destacados de su Gobierno aseguraron repetidas veces que habían verificado que el alto el fuego era real e inequívoco. Pero veamos algunas de esas actitudes inequívocas: robo de pistolas en Francia, continuación de la extorsión, recrudecimiento de la violencia callejera, tres muertos (dos de ellos en el atentado de Barajas), aparición de zulos con explosivos, desarticulación de comandos fuertemente armados y con listas actualizadas de objetivos...
Pero es que además nos enteramos que se ha reunido usted, o sus enviados, con ETA mientras estaba vigente -mientras creíamos vigente, ingenuos de nosotros- el Pacto Antiterrorista. El secretario de organización de su partido ha dicho que le resulta vomitivo que nos hagamos eco de esa noticia, y que le demos crédito. ¿Quizás debiéramos haberla ignorado? ¿Es eso lo que hubieran preferido? Ya lo imagino. Habrá notado usted una cosa, en la que también hemos reparado nosotros. Y es que ningún miembro o alto representante del Partido Socialista la ha desmentido. Les resulta simplemente vomitivo que nos refiramos a ella. Usted dice que ni conoció ni autorizó aquellas entrevistas… Pero nadie las niega. Pues a mí, señor Presidente, me resulta vomitivo el incalificable acto de deslealtad que esas conversaciones significan. Porque, fíjese, señor Presidente, que ha llegado a tal grado su descrédito que los ciudadanos otorgan más credibilidad a las noticias del diario Gara que a sus promesas o sus desmentidos. ¿Recuerda usted, señor Presidente, aquello de que merecíamos un Gobierno que no mintiera? ¡Quién nos iba a decir, señor Presidente, quién nos iba a decir...!
Mire, yo sé que usted ni me ha pedido, ni necesita, ni desea mi apoyo. Aunque, a estas alturas quizás incluso le convendría que yo se lo diera. Pero no lo voy a hacer. Para usted, mis críticas han sido una excelente excusa para poder argumentar mi supuesta deslealtad. Pues no hay tal, señor Presidente. Ya le he dicho cuales son mis lealtades. El ejercicio de mis responsabilidades como líder de la oposición me obliga a criticar aquello que creo que debe ser criticado, sin que ello implique deslealtad, antes al contrario. Ya le he dicho a quién debo lealtad, señor Presidente. Y usted no figura entre ellos, no cuando atenta gravemente contra los intereses y la dignidad nacionales. Por tanto, ni pierda el tiempo ni nos lo haga perder a nosotros, pidiendo lealtad o recriminándonos la falta de ella. Le he dicho repetidas veces en qué condiciones puedo otorgarle mi apoyo. En las actuales, no, de ninguna manera. Asuma usted sus responsabilidades y las consecuencias de sus actos. Y si esas consecuencias le resultan demasiado abrumadoras para sobrellevarlas en solitario, quizás es que debe usted reconsiderar su política. Pero no me pida apoyo para esa política indigna, para esas cesiones, para esas conversaciones y pactos secretos que viene usted negociando, porque, se lo digo claramente una vez más, no se lo voy a dar.
“Le voy a confesar una cosa, señor Rodríguez Zapatero: empiezo a estar, más que cansado, dolorosamente harto de que una y otra vez me acuse de deslealtad por no prestarle mi apoyo a esa política pretendidamente antiterrorista que usted practica; o que pretende convencernos, o quizás convencerse a sí mismo, de que practica.
Cada vez que usted habla de “su” política antiterrorista nos insulta usted: insulta nuestra inteligencia, la del conjunto de los ciudadanos, la mía propia, y especialmente la de sus propios votantes. ¡Qué poco respeto les tiene usted! ¡Qué poco respeto nos tiene al conjunto de los españoles!
Usted no practica una política antiterrorista, sino claramente proterrorista. Cuando usted accedió al Gobierno, ETA estaba contra las cuerdas. Hoy es más fuerte que entonces: se ha rearmado, se ha financiado, se ha reorganizado. Según fuentes policiales francesas, de haber seguido con la política del anterior gobierno, ETA podría haber sido derrotada en un año y medio. Ahora se acepta con naturalidad que puede volver a matar cuando quiera. Ustedes incluso le han suplicado –suplicado, sí- que no mate en campaña electoral. Y luego, ¿qué, señor presidente? Y luego, ¿qué? ¿Luego sí? Todo ello como resultado de su pretendida política antiterrorista. ¿Esa es la política que usted pretende que yo le apoye?
Todavía conservo en mi retina la imagen del recibimiento de la ambulancia que llevaba a De Juana Chaos al País Vasco. Era recibido como un héroe victorioso. Victorioso, sí. Sus simpatizantes vivieron aquello como una victoria. ¿Sabe cómo vivieron aquello las víctimas? Lo sabe, pero preferiría que yo no se lo recordara. Pero lo voy a hacer, se lo voy a decir: como una derrota. Las víctimas se sintieron derrotadas. O peor, traicionadas. Se lo repetiré porque es importante, trascendente, que usted lo oiga, lo entienda y lo interiorice: traicionadas. ¿Y pretende que yo apoye esa política? ¿Pretende que yo apoye y refrende una política que humilla a las víctimas y las hace sentirse traicionadas? No, señor presidente, no me pida eso. No sé cómo se le ha podido pasar por la cabeza.
Mire usted: ni siquiera Felipe González en la época de los GAL se atrevió a tanto. ¿Se imagina usted que Felipe González nos hubiera pedido su apoyo para aquella peculiar política antiterrorista?
Cree usted, o parece creer -actúa o argumenta como si lo creyera- que yo tengo la obligación de darle mi apoyo en este tema, haga usted lo que haga. Y mire, no. Está usted muy equivocado. No tengo esa obligación. No la tengo. Tengo, por el contrario, otras obligaciones mucho más graves, a las que me debo.
Tengo la obligación de ser leal a España. Y procuro serlo.
Tengo la obligación de ser leal a los españoles. Y lo soy, creo.
Tengo la obligación de ser leal a mis votantes. Y también me esfuerzo por serlo.
Y tengo la obligación de ser leal a mis propias convicciones. No podría prestarle mi apoyo sin traicionarlas.
Fíjese si soy leal que estoy siendo más leal con sus votantes de lo que está siendo usted mismo.
Pero no tengo, señor Presidente, la obligación de ser leal con los traidores.
Ha entablado usted conversaciones con ETA porque este Parlamento le concedió su permiso, con nuestra oposición. Pero le otorgó permiso en unas condiciones que no se han cumplido. No se han cumplido en absoluto. Y en esas circunstancias, cumpliendo el mandato de este Parlamento, usted debería haberse abstenido. Le recuerdo las palabras de la resolución aprobada: “si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción...”. ¿Ha habido desde entonces “actitudes inequívocas”? Debo recordar que miembros destacados de su Gobierno aseguraron repetidas veces que habían verificado que el alto el fuego era real e inequívoco. Pero veamos algunas de esas actitudes inequívocas: robo de pistolas en Francia, continuación de la extorsión, recrudecimiento de la violencia callejera, tres muertos (dos de ellos en el atentado de Barajas), aparición de zulos con explosivos, desarticulación de comandos fuertemente armados y con listas actualizadas de objetivos...
Pero es que además nos enteramos que se ha reunido usted, o sus enviados, con ETA mientras estaba vigente -mientras creíamos vigente, ingenuos de nosotros- el Pacto Antiterrorista. El secretario de organización de su partido ha dicho que le resulta vomitivo que nos hagamos eco de esa noticia, y que le demos crédito. ¿Quizás debiéramos haberla ignorado? ¿Es eso lo que hubieran preferido? Ya lo imagino. Habrá notado usted una cosa, en la que también hemos reparado nosotros. Y es que ningún miembro o alto representante del Partido Socialista la ha desmentido. Les resulta simplemente vomitivo que nos refiramos a ella. Usted dice que ni conoció ni autorizó aquellas entrevistas… Pero nadie las niega. Pues a mí, señor Presidente, me resulta vomitivo el incalificable acto de deslealtad que esas conversaciones significan. Porque, fíjese, señor Presidente, que ha llegado a tal grado su descrédito que los ciudadanos otorgan más credibilidad a las noticias del diario Gara que a sus promesas o sus desmentidos. ¿Recuerda usted, señor Presidente, aquello de que merecíamos un Gobierno que no mintiera? ¡Quién nos iba a decir, señor Presidente, quién nos iba a decir...!
Mire, yo sé que usted ni me ha pedido, ni necesita, ni desea mi apoyo. Aunque, a estas alturas quizás incluso le convendría que yo se lo diera. Pero no lo voy a hacer. Para usted, mis críticas han sido una excelente excusa para poder argumentar mi supuesta deslealtad. Pues no hay tal, señor Presidente. Ya le he dicho cuales son mis lealtades. El ejercicio de mis responsabilidades como líder de la oposición me obliga a criticar aquello que creo que debe ser criticado, sin que ello implique deslealtad, antes al contrario. Ya le he dicho a quién debo lealtad, señor Presidente. Y usted no figura entre ellos, no cuando atenta gravemente contra los intereses y la dignidad nacionales. Por tanto, ni pierda el tiempo ni nos lo haga perder a nosotros, pidiendo lealtad o recriminándonos la falta de ella. Le he dicho repetidas veces en qué condiciones puedo otorgarle mi apoyo. En las actuales, no, de ninguna manera. Asuma usted sus responsabilidades y las consecuencias de sus actos. Y si esas consecuencias le resultan demasiado abrumadoras para sobrellevarlas en solitario, quizás es que debe usted reconsiderar su política. Pero no me pida apoyo para esa política indigna, para esas cesiones, para esas conversaciones y pactos secretos que viene usted negociando, porque, se lo digo claramente una vez más, no se lo voy a dar.
Mis lealtades valen mucho más y son mucho más elevadas de lo que usted puede llegar a imaginar. Yo tengo palabra y dignidad, señor Presidente. Sépalo.”
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