miércoles, noviembre 04, 2009

El daño difuso


Corruption ruins lives

¿Qué es la corrupción?: en las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

Eso mismo trasladado a las personas individuales, no necesariamente encuadradas en una organización, sería falta de honradez. En una organización, y lógicamente en un partido político, es corrupción. Pero, ¿puede ser corrupción la falta de honradez de una o varias personas encuadradas en un partido que se valen de su cargo para enriquecerse o beneficiarse de alguna otra forma, ellos o sus familiares y allegados, incluso sin intervención o conocimiento de la organización? Es un tema controvertido. Si la organización otorga a una persona un cargo, con su poder inherente, deberá controlar de alguna manera que lo ejerce bien. Y el control no siempre es fácil.

La financiación irregular de un partido es corrupción, sin duda. Pero los casos que hemos conocido en España han tenido un desenlace curioso: Josep María Sala imputado por el caso Filesa ha sido
rehabilitado públicamente por el PSC tras cumplir una breve condena. Se sacrificó, dicen, -delinquió en realidad- por servir al partido. Y eso, según el partido, es honorable. ¿Lo es? Si él se hubiera enriquecido personalmente con esas prácticas hubiera sido sin duda denostado y nunca rehabilitado. Incluso viendo la “independencia” de la Justicia en España, puede suponerse que hubiera cumplido bastante más tiempo de condena.

Los estudiosos distinguen según el grado de aceptación de la práctica corrupta, que no tiene necesariamente la misma valoración según los países:

La corrupción blanca se emplea para referirse a prácticas que no son reconocidas como corruptas ni por la opinión pública ni por las minorías. En otras palabras, la corrupción está tan completamente integrada en una cultura que ya ni siquiera se percibe el problema. En esta visión culturalista, lo que aquí es corrupción (por ejemplo en los Estados Unidos) no lo es en otro sitio (por ejemplo en Francia
).

La corrupción negra tiene el mismo consenso, pero al revés: todos, minorías y ciudadanos, están de acuerdo en estigmatizar ciertas prácticas.

La corrupción gris: lo que unos definen como corrupción, otros no lo consideran como tal. Es en este desajuste donde hay riego
de que aparezca el escándalo, en el choque entre las percepciones de unos y las prácticas de otros, como ha ocurrido por ejemplo en el asunto de la financiación de los partidos políticos. El caso de Josep María Sala que citaba yo antes. La opinión pública se ha conmovido por las prácticas poco ortodoxas de los partidos, mientras éstos últimos trataban de justificarse invocando las necesidades de la vida democrática. ¿Aceptaremos como buenas esas justificaciones? O más importante aún, ¿debe aceptarlas como buenas la Justicia?

En la tolerancia frente a la corrupción interviene un factor fundamental: la percepción del daño tangible. Se considera que una acción es reprobable si causa un daño tangible; y, cuando ese daño deja de ser tangible, la acción deja de ser reprobable. Observen que la corrupción ofrece a los corruptos un beneficio tangible, inmediato o escasamente diferido, pero apenas existe un daño que sus víctimas puedan percibir como tangible y efectivo. No quiero decir que no haya daño. Quiero decir que no hay daño perceptible. Porque daño lo hay, e importante, pero es un daño repartido entre un colectivo amplio y por ello mismo difuso. Somos muchos quienes pagamos, cada uno muy poco por tanto, pero pocos quienes se benefician, y que por ello mismo se benefician mucho. Pero cuando la corrupción se extiende, los pagos que afrontamos cada uno y la sociedad en su conjunto empiezan a ser inasumibles. Como está empezando a ocurrir en España, donde estamos dándonos cuenta con un lamentable retraso.

La corrupción no sólo envilece a la sociedad que la padece sin rebelarse contra ella, sino que es uno de los más potentes factores de ineficiencia económica.

La corrupción ahuyenta la inversión extranjera.

Pero la corrupción no sólo desalienta o disuade a los inversores extranjeros, sino que alimenta a castas parasitarias, que si no ven sancionada o controlada su actuación tienden a expandirse; asigna de forma altamente ineficiente los recursos de un país y los detrae de la inversión, del ahorro y del consumo de quienes en justicia deberían disponer de ellos; distorsiona la libre y leal competencia; debilita la moral de los trabajadores… En suma, empobrece a la sociedad en su conjunto y socava sus valores morales.

Se ha dicho a menudo que el declive moral de una sociedad antecede siempre al declive económico. Así ha sido a lo largo de la Historia, y posiblemente buena parte de la responsabilidad del fuerte declive económico que ahora mismo sufre España sea imputable al crecimiento de la corrupción en los últimos años.

Frente a la corrupción ya no basta con la mera depuración de responsabilidades o con sentencias judiciales más o menos rigurosas o ejemplarizantes. Hace falta una regeneración moral en toda regla. Y esa regeneración moral empieza por practicar y extender una política de tolerancia cero frente a la corrupción, no sólo judicial sino también social, incrementando la sensibilidad frente a ella.

Es por eso que uno de los retos más importantes que deberá abordar la sociedad en su conjunto, los medios de comunicación y las asociaciones cívicas, aparte de aquellos partidos políticos todavía no contaminados y que aspiran a hacerse un hueco, es el de convencer a la ciudadanía de que la corrupción no es inocua, sino grave -muy grave-, y que sólo si crece la sensibilidad social será posible percibir que ese daño difuso es realmente tangible. Muy tangible.
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1 comentario:

nika dijo...

Nuestra sociedad está enferma. Aún se altera, y no sobremanera, ante la corrupción económica, sobre todo si es por parte de la diestra. Pero mírala ante casos de flagrante corrupción como el caso SITEL o el caso Faisán (por nombrar sólo los de rabiosa actualidad): ¡impertérrita!

saludos


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