La expresión "no basta con que la mujer del César sea honesta, tiene también que parecerlo" la pronunció Julio César al repudiar a su esposa Pompeya, según cuenta Plutarco en sus "Vidas paralelas", cuando recayó sobre ella la mera sospecha de su posible infidelidad. La frase es abundantemente empleada en los medios políticos cuando se exige transparencia en las andanzas y actuaciones de los gestores públicos.
Sorprende e inquieta, por ello, el empecinamiento que está mostrando el Gobierno de Aragón en ocultar todo el entramado de la corporación de empresas públicas, sustrayendo la información sobre sus datos a la ciudadanía que contribuye a su sostenimiento. En este caso, cabe legítimamente pensar, ante ese pertinaz oscurantismo, que ni la corporación ni sus empresas públicas son honestas; y que, desde luego, no lo parecen. ¿Habría, pues, que repudiarla como a Pompeya?
Es posible que, al descorrerse el velo que cubre hoy por hoy las vergüenzas de este sinnúmero de entidades-tapadera de sabe Dios qué enchufes, prebendas e intereses inconfesables, quedara al descubierto un penoso panorama de dilapidación de caudales públicos puestos en manos de poco fiables gestores y en apoyo de proyectos o actividades más que dudosos. El sectarismo partidista ha invadido todos los rincones de la sociedad y se ha inventado el sistema de las empresas públicas para pagar favores, colocar a inútiles y disponer fuera de todo control de cuantiosos recursos.
No puede el Gobierno aragonés acogerse a esa monserga de la protección de datos para eludir la transparencia, una de las exigencias de la decencia democrática y clave de cualquier código de buenas prácticas con el manejo del dinero ajeno; bastaría para ello que esos misteriosos gestores, cuyo nombre y número no se puede conocer, permitieran publicar sus datos personales como requisito previo a su incorporación a cualquiera de estas empresas públicas; bastaría que se exigiera la presentación ante el Registro Mercantil de una cumplida y abundante documentación sobre sus cuentas e interioridades, de modo que cualquiera pudiera acceder a un conocimiento legítimo en evitación de sospechas y confusiones.
También ayudaría que, de una vez, se ponga a funcionar la Cámara de Cuentas, la intervención del Ayuntamiento de Zaragoza y, en general, todos los mecanismos cautelares y de control de los desmanes del poder que los sistemas verdaderamente democráticos tienen inventados e implantados hace ya mucho tiempo, pero que aquí, sin duda por un talante menos democrático, siguen brillando por su ausencia, permitiendo a la autoridad hacer de su capa un sayo y escamotear sus responsabilidades.
¿De qué tiene miedo esta mujer del César que ni siquiera tiene interés en parecer honesta? ¿Será, quizá, porque en el fondo no lo es?
(Artículo de José Luis de Arce, publicado en "Heraldo de Aragón" el 9 de marzo de 2010)
Ya hace tiempo incluí otro artículo del mismo autor, que recomiendo vivamente:
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