Durante mucho tiempo se habló del estanque dorado catalán, donde nunca pasaba nada, pero en cuyo fondo se acumulaban sucesivas y cada vez más gruesas capas de limo en fermentación.
Algo parecido podría decirse de la política aragonesa, en donde bajo una lámina quieta de aparente calma -esa estabilidad política, tan valorada- se ha ido gestando una auténtica ciénaga.
Hace ahora poco más de un año, el presidente aragonés Marcelino Iglesias pronunciaba un discurso en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Uno de los rasgos que destacaba es el de la estabilidad política, que ha sido algo que ha ponderado en repetidas ocasiones, como consecuencia de la solidez del pacto alcanzado en Aragón entre el PSOE y el PAR. Una estabilidad que él sin duda conceptúa como positiva.
Vean qué dice en su discurso:
“La consecuencia ha sido palmaria: nuestros sistemas representativos, central, autonómico y local, arrojan un nivel de estabilidad política que, como mínimo, podemos calificar de satisfactorio. El sistema electoral español, por más que sea objeto de constantes reproches, es el responsable en gran medida de esa indudable estabilidad. Ha sido capaz de eliminar los caciquismos y alejar rasgos populistas tan habituales en otros entornos políticos”.
Cualquiera que viva en Aragón (o en Andalucía… o realmente en cualquier parte de España) podría preguntarse: “¿Ha sido realmente capaz de eliminar los caciquismos? ¿Pero es que no tenemos en Aragón un entramado comarcal que no es otra cosa que la consagración a gran escala del caciquismo más descarado e ignominioso?
Una estabilidad que sin duda ha permitido hacer muchas cosas en silencio, no todas positivas ni presentables ni ejemplares, con discreción e impunidad.
El ejemplo más patente de lo que digo serían las declaraciones de Jesús Solá en el Periódico de Aragón del domingo 7 de marzo de 2010.
Unas declaraciones que suponen toda una confesión de parte y ante las que muy posiblemente no ocurrirá nada: ni la Fiscalía actuará, ni la oposición solicitará la comparecencia urgente de algún consejero que se cita. Y ello a pesar de la temenda gravedad de lo que allí se dice.
(¿Qué habrá querido decir el autor de ese artículo con “rivera (con uve)”? ¿Se referirá acaso al apellido de algún político aragonés? ¿Se referirá al apellido de algún fiscal? ¿Se referirá a alguna coincidencia de apellidos?)
Pero posiblemente el caso de Solá sea sólo un ejemplo, no el mayor ni el más grave. Tampoco el de la alcaldesa de la Muela a pesar de su intensa repercusión mediática.
Vean aquí un testimonio ya antiguo, pero tremendamente actual:
No tenía razón el autor de esa carta: la estabilidad política aragonesa no era (sólo) consecuencia de la omertá.
Observen que si algún pacto de silencio hubiera, cuando ese pacto se ha roto, como ha hecho Jesús Solá -con su imprudencia o su incontinencia o su despecho- tampoco pasa nada. Quien tiene el deber de actuar no actúa. Ni la sociedad exige que lo hagan.
Desistimiento. Resignación. Conformismo…
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