Sus monumentales lapsus le hicieron famoso. Los hay geniales. Se conocieron como “piquiponadas”.
En la actualidad podría haberse ganado la vida, y muy bien, como actor cómico o tertuliano en la televisión.
En un encendido discurso, queriendo decir que "por fin se le hacía justicia", bramó: "Por fin me han ajusticiado".
Muchas se le atribuyeron sin ser suyas, como pasó con las anécdotas de Morán: en su boca se pusieron algunas como la batalla de “Waterpolo”, el conflicto "nipojaponés", la guerra "anglobritánica", “lengua vespertina”, “luz genital” o las cosas servidas en pequeñas "diócesis".
Esta también es atribuida, pero falsa. En una inauguración, con una espada en la mano: "¿A que parezco un radiador romano?", dicen que dijo.
Esta es real: “Lo necesario es que cada uno viviera (sic) en nuestra propia tierra. Entonces segurament comenzaríamos a estar bien. Los franceses, en Francia; los ingleses, en Inglaterra; los murcianos, en Murcia; los belgas, en Belgrado...”
Y esta también es real: “Aquí no debe haber ni aliadófilos ni germanófilos porque en esta empresa común todos somos hermafroditas”, terció a propósito de un acalorado debate sobre la Primera Guerra Mundial.
D. Joan habló del peligro de la “despreciación” de la peseta, aseguró que no se dejaría “aminorar” (por amilanar) ante las dificultades y que nadie conseguiría ponerlo “entre la espalda y la pared”.
En otra ocasión en que Alfonso XIII visitó Barcelona, le mostró la recién inaugurada iluminación a gas desde el Mirador del Alcalde con un gesto ampuloso y la expresión: “Majestad, a vuestros pies la ubre”.
Siempre alardeaba de ser una persona muy bien organizada, tanto en los asuntos públicos como en sus negocios privados. La clave, según confesaba a sus colaboradores, consistía en lo que llamaba filosofía de las tres emes: “ministración, ministración, ministración”.
A los hinchas del Barça les llamaba “fósforos” en lugar de forofos.
Su populismo le llevaba a implicarse en discusiones callejeras, como la que mantenían dos mujeres a propósito de la dictadura de Primo de Rivera. Una de ellas decía que era una tiranía, mientras que la otra respondía que no era nada comparada con la de Mussolini. Así, se remontaron hasta Calígula o Nerón, hasta que Pich i Pon cortó con gran autoridad: “Vamos a dejarnos de zarandajas, señoras. El tirano mayor de la historia fue el Tirano de Bergerac”.
Tuvo algún imitador. Un contemporáneo suyo, Josep Maria Santacreu, llegó a decir durante la transición política: «Si las cosas se ponen mal en este país, cojo el barco y me voy a Suiza».
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4 comentarios:
¡Ay... qué risas! Este señor sería un digno ministro de nuestro Gobierno. Y, aún así, no sería el que más risa, o más vergüenza, diera :-P
saludos
Maleni -antes partía que doblá- y él hubieran podido hacer un fantástico dúo.
El comentario repelente: A Suiza se puede ir en barco. Son muchos los barcos abanderados en Suiza e incluso tienen Marina. Creo que utilizan una cosa llamada "canales". ;-)
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