viernes, octubre 31, 2008

Normalización = Fascismo

A la normalización también se le llama estandarización. ¿Hay que estandarizar a las personas? ¿Debe estandarizarse la sociedad?

Sólo se normaliza a los anormales, y nosotros, los ciudadanos, hablemos lo que hablemos, somos normales. La sociedad, sea mono, bi o plurilingüe, es normal, y no debe normalizarse. O estandarizarse.

Lo siento, pero yo en esa palabra, “normalización”, percibo un irremediable tufo a fascismo, y siempre he considerado que quienes invocan la normalización -casualmente para los demás, que son quienes se deben ajustar al estándar que ellos determinan- quienes pretenden aplicarla a los demás son unos redomados y repugnantes fascistas. Siempre lo he pensado, pero ahora con mucha más razón, porque ahora, ante un Gobierno que ha renunciado a defender los derechos de los ciudadanos, se han quitado la careta. Y se muestran como lo que son, como unos fascistas.

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¿No era Zapatero el garante de las libertades? Pues esto es lo que está pasando ante sus narices y con su silencio cómplice. En Europa.

Creo sinceramente que ante la pasividad de este gobierno, las organizaciones cívicas deben acudir a los tribunales internacionales, para que el descrédito del gobierno por su evidente connivencia con el fascismo lingüístico se extienda fuera de nuestras fronteras, allí donde más pueda dolerle a Zapatero. Para que el resto de los gobernantes del mundo democrático le traten como merece, como un apestado. Alguien que permite estas cosas en su país por puro cálculo político no merece otra consideración.

Recuerdo haber leído que en la Alemania nazi el porcentaje de población que militaba en las filas del nacionalsocialismo nunca superó el 7%. Hablo de memoria, por lo que quizás me equivoque. Un 7% de militancia en un partido político es un porcentaje notable de la población, pero no deja de ser una minoría. Pues esta minoría fanatizada, perfectamente consciente de su objetivo y del modelo que pretendía imponer a la sociedad, condujo al país al desastre. Y eso ocurre cuando se acaba pervirtiendo esa regla democrática que ordena respetar los derechos de las minorías y se pasa a concederles el “derecho” a imponer su criterio a la mayoría. ¿Por qué estamos cediendo?

Parece que hayamos vuelto a la Alemania de los años 30.


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