La fiesta de los Sitios

 

La fiesta de los Sitios, el acontecimiento más importante de la historia de la ciudad junto con la reconquista a los moros por las tropas de Algonso I el Batallador, no existe ni figura en el calendario festivo de Zaragoza. Si Aragón es la tierra del surrealismo, Zaragoza es su capital.

Hace unos días asistí al acto conmemorativo que todos los años organiza la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza” en recuerdo de aquel día terrible, 15 de junio de 1808, en que las tropas del ejército imperial francés llegaron a las puertas de Zaragoza.

Aquel día se inició el primero de los Sitios de Zaragoza, que las tropas francesas, derrotadas, hubieron de levantar dos meses más tarde. La batalla librada aquel día, conocida como batalla de las Eras, fue ciertamente encarnizada, y las pocas tropas de caballería que lograron penetrar en la ciudad hubieron de abandonarla poco después, diezmadas. Los franceses tuvieron aquel día setecientas bajas entre muertos y heridos. La defensa, es sabido, fue protagonizada fundamentalmente por los vecinos de Zaragoza. Desconozco sus bajas.

Hablando con algunos de los organizadores del acto, concluimos que esa fecha, 15 de junio, es la que debería ser considerada fiesta local de Zaragoza, en lugar de la Cincomarzada, más conocida por su carácter lúdico que por el hecho que conmemora. La batalla del 5 de marzo de 1838, apenas una escaramuza si la comparamos con la que tuvo lugar treinta años antes, fue un enfrentamiento entre españoles, una más de las guerras civiles que asolaron la nación durante un siglo, que a mí siempre me ha parecido improcedente celebrar. Las tropas involucradas ese día también fueron sensiblemente menores e igualmente menores fueron, afortunadamente, los combates y las bajas.

La batalla de las Eras de 1808, y los posteriores sitios de la ciudad, fueron un episodio de repercusión mundial que dejó una huella imborrable, no sólo en Zaragoza sino en la Historia española y universal. Se han compuesto en su honor bellísimas piezas musicales como la de Cristóbal Oudrid que ningún zaragozano que conozca la Historia puede escuchar sin emocionarse. Se han rodado películas (Agustina de Aragón de Juan de Orduña), escrito novelas inmortales (Zaragoza, de Benito Pérez Galdós) o erigido monumentos como el conjunto escultórico de Agustín Querol en la plaza de los Sitios, uno de los más bellos de la escultura monumental de Zaragoza, el de Agustina de Aragón de Mariano Benlliure en la plaza del Portillo o el de los defensores del reducto del Pilar de Federico Amutio, actualmente en la Glorieta de Sasera. La Puerta del Carmen conserva todavía las huellas de la metralla de aquellos días. Los monumentos, parques, plazas y calles zaragozanos son memoria viva de aquellos héroes, Palafox, Agustina de Aragón, Renovales, Sas, Boggiero, María Agustín, Madre Rafols, el tío Jorge, Sanclemente... La Exposición Hispano-Francesa de 1908, símbolo de la reconciliación, legó a la ciudad conocidos edificios: el Museo Provincial y la Escuela de Artes y Oficios en la plaza de los Sitios, el quiosco de la música del Parque Grande... La ciudad no seria la misma sin el recuerdo imborrable de aquella fecha.
.

.

.

Y sin embargo conmemoramos una absurda escaramuza fratricida entre españoles de la que deberíamos avergonzarnos, en lugar de recordar como merece la mayor hazaña colectiva de la historia de la ciudad. No propongo la eliminación de los actos lúdicos de la Cincomarzada que han arraigado entre los ciudadanos, sino su traslado de fecha, para celebrar un hecho incomparablemente más relevante y del que, éste sí, deberíamos enorgullecernos.

Esos actos deberían complementarse con los institucionales y conmemorativos que hoy protagonizan un meritorio grupo de voluntarios y amantes de la Historia, y que, tristemente, apenas logran reunir unos centenares de personas en homenaje a los soldados franceses, polacos y españoles y voluntarios civiles zaragozanos que dieron aquel sublime ejemplo de heroísmo.
.