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Joseph Goebbels tenía un perverso talento en la manipulación de masas. De hecho, fue uno de los grandes teóricos de la propaganda política o, por nombrarlo de forma más sofisticada y quizás más precisa, del marketing social.
Siempre he pensado que las técnicas de manipulación que emplean mis amigos, los socialistas españoles, deben mucho a la metodología que desarrolló Goebbels. De hecho, estoy persuadido que la gran arma electoral y política del socialismo es precisamente la desinformación de la gente. Quizás Rubalcaba supo verlo con una gran anticipación y por eso impulsó la LOGSE y los planes de estudio que se han llevado a cabo en España en las dos últimas décadas con “notable” éxito. De forma harto significativa, Goebbels fue uno de los inspiradores de las quemas de libros con que se estrenaron los nazis en sus inicios.
Es por eso por lo que creo que una de las medidas de acción política y social que corresponde hacer a la derecha es la batalla de la información y la cultura. Observen que el concepto de cultura del que se han apropiado con notable éxito (y de manera indudablemente impostada) los socialistas -como han hecho con la ecología, el feminismo o los propios derechos sociales- está más próxima al entretenimiento que al conocimiento. Entretener a las masas no es lo mismo que formar e informar a los ciudadanos.
Y viene a cuento esta larga disquisición porque fue Goebbels precisamente el que acuñó el principio de que una “mentira repetida mil veces acaba convertida en verdad”, y este es un principio que emplean con aplicación los socialistas.
Ciñéndome a la política local zaragozana, por la que siento un comprensible interés, una de estas mentiras que se repite mil veces desde hace ya años es la de los “maceteros de la Rudi”. Luisa Fernanda Rudi fue alcaldesa de Zaragoza durante una legislatura y sustituida luego por José Atarés, de su mismo partido. Pues bien, según la propaganda socialista, ni Luisa F. Rudi ni su sucesor hicieron nada en Zaragoza, salvo colocar maceteros. Es evidente el afán por desprestigiar su gestión, puesto que Rudi concurre ahora a la presidencia del Gobierno de Aragón. Lo que pasa es que, como es lógico, ese argumento es rigurosamente falso.
Quizás no merecería salir al paso de la falacia si no estuviera tan extendida e interiorizada en un sector de la población. Y ni aún así. Pero tomé la decisión de desmentir la especie cuando vi que el propio Juan Alberto Belloch recurría a ella:
O una de dos, o Belloch tiene muy mala memoria o, siendo alcalde de la ciudad y conociendo como conoce -o debe conocer- el desarrollo reciente de la ciudad, pues en aquellos años él estaba en la oposición, miente deliberadamente. Ambas cosas lo incapacitan, creo, para el cargo. Y como no le veo ninguna señal de deterioro intelectual, sino, al revés, una gran facundia, como ha dejado demostrado en esta época de precampaña, saltándose las leyes a la torera como mal demócrata y peor juez, creo firmemente que miente a conciencia.
En la época de Luisa F. Rudi se heredó una ciudad endeudada hasta las cejas, como la que va a dejar Belloch. De hecho, algunas de las obras de su predecesor, Antonio González Triviño, como la depuradora de aguas residuales, se están pagando todavía o se han acabado de pagar recientemente.
Nadie recuerda la inmensa explanada de piedra, heladora en invierno y abrasada en verano, que dejó González Triviño después de la polémica remodelación de la Plaza del Pilar y la construcción de unos inmensos aparcamientos, en cuyas excavaciones nadie sabe qué apareció en el subsuelo, a diferencia de lo que ha pasado con las obras emprendidas por el Partido Popular, donde todos los restos aparecidos, cualquiera que fuera su importancia, incluso bloques de adobe, se han catalogado con insólita presteza para paralizar las obras. Los maceteros que ordenó colocar Rudi han dado al menos una nota de color y desde luego no han arruinado las arcas municipales, como ha sucedido con las obras que hizo González Triviño o las que ahora ha hecho Belloch.
Y por supuesto que se hicieron cosas, muchas. Con mucho rigor y eficacia, sin grandes fastos, sin tanta propaganda como la que gastan los socialistas y pagamos los ciudadanos.
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Quizás le faltó eso: propaganda.
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