Hablar, en España, de la lucha del -o por el- sentido común es hablar de la interminable, y por ello mismo agotadora, lucha por la Libertad. O por las libertades, porque son una a una las que se nos pretenden cercenar. Y en esta lucha, el enemigo constante a lo largo de los últimos treinta años ha sido el nacionalismo periférico. Con la entusiasta colaboración de los socialistas, traidores a la misma denominación de su partido: español.
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Libertades básicas que en el resto de los países europeos están consolidadas y garantizadas para todos los ciudadanos, aquí siguen en peligro.
Imposición del gallego en la enseñanza.
Observen la forma subrepticia en que se cuela la imposición: "al menos la mitad de las asignaturas". No la mitad, sino “al menos” la mitad. Lo que deja al castellano en “como máximo” la mitad.
Los movimientos cívicos se rebelan.
Tan gallego como el gallego
Afortunadamente la sociedad civil se va vertebrando, aunque sólo sea como autodefensa, ya que la oposición está abdicando de su papel, o no lo ejerce con la energía deseable, como protectora de la sociedad frente a los abusos del poder.
Observen este párrafo clarividente de Carlos Herrera (¡qué tristes tiempos en que hay que señalar lo obvio!) en su reciente artículo “La autodeterminación de Baleares”:
“En el ideario básico de todo nacionalista bisagra figura como elemento principal el desmarque escénico de cualquier nexo con el resto del país. Eso está más investigado que la fórmula de la cocacola. El idioma, evidentemente, es la primera víctima. No se trata de que aprendan más mallorquín (gallego), cosa muy saludable por otra parte, sino de que no aprendan tanto español, aunque con ello lastren sus posibilidades de futuro”. El paréntesis, obviamente, es mío.
Y a ese juego obsceno y estúpido, contrario al sentido común y a la Libertad, es al que se está prestando el Partido Socialista.
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