jueves, abril 21, 2011

Salirse de la senda de la vulgaridad

El igualitarismo conduce a la dictadura comunista o a la vulgaridad. O a ambas.

Hay que impedir que nadie escape de la vulgaridad. Quien proponga la excelencia es un enemigo, un elitista, un facha...

Uno de los mejores retratos que he leído de la España actual. A esto es a lo que hemos llegado.

Bachillerato fascista

Lo de Esperanza Aguirre no tiene nombre. El fascismo hecho mujer. A la derecha de la derecha. El monstruo del lago Ness. El coco. Resulta que ahora quiere crear un bachillerato de élite, donde los mejores alumnos de la comunidad reciban una formación específica, más exigente que la media. El objetivo es conceder especial protagonismo a los valores de “excelencia, trabajo, esfuerzo, estudio, talento y dedicación”. Un atropello. Una injusticia. Una locura. Esta mujer se ha equivocado de país.

Después de décadas de esfuerzos, España es uno de los países que mayor número de mendrugos aporta a la Unión Europea. No ha sido un camino fácil. Ha sido necesario contar con el empeño de varios gobiernos y la ayuda de varias generaciones de personajes influyentes de la televisión y las artes, y de numerosos padres y profesores comprometidos con la causa. Gracias a todos ellos, hoy podemos presumir de ser el gran hormiguero europeo de ni-nis, el paraíso de los parados juveniles, el gran jardín del fracaso escolar. Ningún estudiante europeo es capaz de superar las grandes marcas de los estudiantes españoles: trescientas partidas consecutivas sin perder en el Mortal Kombat, recitado, veloz y de memoria, de los nombres de los concursantes de las últimas diez ediciones de Gran Hermano, veinte horas ininterrumpidas de navegación pasiva por Tuenti.

Nada de esto se habría conseguido, sin el ejemplo de muchos ministros, directores generales y cargos públicos nombrados a dedo unos a otros. Tipos que merodean por los despachos oficiales, dando verdaderas lecciones de incompetencia y analfabetismo. Héroes de la España moderna. Ídolos para los estudiantes. Artistas, incluso, a su manera. Auténticos modelos para los universitarios, que los imitan, entrando en masa en las juventudes de los principales partidos políticos, esperando alcanzar todo sin mover un dedo.

No olvidemos que en España un alto porcentaje de jóvenes no hace nada. Nada de nada. No estudia y no trabaja, por supuesto. Pero tampoco protesta, ni se dedica al deporte, ni llena de pintura los monumentos, ni se echa a la calle, ni atraca un banco. El éxito de nuestras políticas educativas es tal, que hasta las cifras de delincuencia juvenil han descendido. Y no se trata del triunfo de la ética o de la moral. Sino de la victoria de la apatía. Hemos conseguido que hasta el delito les de pereza. Gran gesta.

Con este Bachillerato de Excelencia, Esperanza Aguirre marca el inicio de la demolición de todo este bagaje. La competencia por ser mejores en las aulas pone en peligro toda esta mediocridad, que se ha construido poco a poco a través de los años y de las leyes. Y además, mi psicólogo de cabecera me ha alertado de que el ascenso de alumnos a la élite del bachillerato tendrá efectos muy negativos en todos los demás. Me habla de horas extra de estudio por las noches, con el consiguiente peligro de insomnio, de un alarmante incremento de alumnos con criterio personal y capacidad de tomar decisiones maduras, e incluso, de un alto riesgo de suicidios colectivos por frustración académica.

Por suerte, el nivel educativo en España es pésimo. Lo que permite a todos los alumnos más vagos vivir tranquilos. Es realmente difícil estar por debajo de la media. Y eso proporciona una gran satisfacción a los que no estudian. Hay que conseguir parar la iniciativa de Esperanza Aguirre. El futuro del país reposa casi en exclusiva en la aptitud o ineptitud de los estudiantes de hoy. Todo lo que les estimule a competir por ser mejores, es un peligro para el futuro de España. En cambio, todo lo que les empuje a ser iguales, bajando el listón hasta donde sea necesario, nos permite mantener nuestra auténtica seña de identidad: la vulgaridad. Y los estudiantes que no quieran aceptar esa vulgaridad, que hagan como hasta ahora: puerta. España no quiere cerebros. Sólo se admiten borregos. Nada de segregación. Y nada de educación.

Europa nos espera, confía en que mantengamos nuestra insuficiencia académica. Mientras los alumnos alemanes y franceses estén estudiando de sol a sol, peleándose por ser los mejores de su promoción, los nuestros estarán completamente borrachos a la hora del desayuno, festejando que ni el propio PP ha salido en defensa de la propuesta de Aguirre. Esa es la España del siglo XXI. La de Torrente. La nuestra. Lo importante no es ser buenos, sino ser iguales. Es decir, igual de necios. Porque sólo una legión de estudiantes analfabetos puede tapar las vergüenzas de la clase política más incompetente y más inmoral de las últimas décadas de la historia de España.

Itxu Díaz

Director de la agencia de noticias Dicax Press y autor del libro 'Un ministro en mi nevera.

Quizás es por cosas como ésta por lo que me gusta tanto Esperanza.
.

6 comentarios:

Natalia Pastor dijo...

Estamos en un sistema educativo socialista en el que brillan por su ausencia los valores del esfuerzo, de la exigencia personal, de la constancia en la consecución de los objetivos, del ánimo superador de fracasos, de la disciplina y del respeto mutuo entre el profesorado y el alumnado.

Es, en suma, un sistema educativo penoso, donde –por lo general- no se permite que los alumnos más trabajadores aprendan todo lo que podrían aprender para que los menos trabajadores no se sientan discriminados.

Es el igualitarismo a la baja que pregona la izquierda desde siempre.


La educación no consiste solo en desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales de la persona, del niño o del joven mediante la transmisión y adquisición de los fundamentos necesarios para la existencia de una convivencia próspera y pacífica, sino también la enseñanza y en general la cultura del aprendizaje. El asumir y profesar sin discriminación el respeto y consideración al semejante, la solidaridad, la responsabilidad, la sinceridad o la dignidad y la honradez, constituye los valores y principios necesarios para el progreso de cualquier sociedad civilizada. Lo contrario es la ignorancia y la incultura, y como resultado el enfrentamiento social, el odio, la envidia y el analfabetismo funcional.


Con planteamientos como los que la izquierda exhibe, lo que pretenden es esconder la mediocridad propia.

Y es que desde la mediocridad se cree que la realidad es como desde allí se ve. El mediocre está convencido de que el mundo responde al rasero de sus capacidades o de su mezquindad, y desde esa atalaya privilegiada, lo divide entre los suyos, aquellos que se pueden rasar con él; el resto, por supuesto, está equivocado. Las carencias propias son así situadas bajo el paraguas de una falta absoluta de responsabilidad: son los demás los que no entienden, los que no aprecian, y generalmente se encuentran para ello oscuras razones.

winston dijo...

Estimado Oroel, ¿puede decirnos quién es el autor del interesante texto que reproduce? Muchas gracias.

Oroel dijo...

Estimado Winston:

Un olvido imperdonable el mío, que me he apresurado a corregir.

Se trata de Itxu Díaz, de quien nunca había oído hablar. Es director de la agencia de noticias Dicax Press y autor del libro 'Un ministro en mi nevera'.

El hecho de que alguien se haya dado cuenta de que un sistema educativo como el nuestro, cuyo objetivo declarado es la mediocridad generalizada, es uno de los principales motivos de nuestro declive económico y moral, ya es un avance. Y otro más el que haya suscitado tanto apoyo social.

Con la oposición, claro, de aquellos para quienes la desinformación y la incultura de la gente es uno de sus principales activos, lo que les permite desarrollar a plenitud sus destrezas manipuladoras.

Oroel dijo...

Querida Natalia:

Siempre he pensado que la educación es posiblemente el campo de pruebas donde se demuestran de forma más evidente las diferencias ideológicas entre la derecha y la izquierda.

En esta época de confluencias ideológicas, donde Tony Blair, laborista, estaba más próximo ideológicamente a Aznar que a Zapatero, la diferencia esencial entre derecha e izquierda es la preponderancia de la Libertad para los primeros y de la Igualdad para los segundos. Es por eso por lo que yo me alineo sin duda alguna entre los primeros, porque la Libertad es la pulsión más elemental del hombre, la primigenia entre todas ellas, mientras que la Igualdad, defendida siempre por los mediocres o por los desfavorecidos por la suerte (que no tienen por qué ser, éstos últimos, necesariamente mediocres) exige siempre, primero, un recorte de las libertades, y, segundo, conduce invariablemente a una contradicción extrema, resuelta siempre mediante la hipocresía. Me explicaré: quienes alcanzan el poder, proclamando la Igualdad, dejan de ser iguales. Y ya nunca quieren volver a ser iguales: véase a Bermejo, Pepiño Blanco, Pajín, Fernández de la Vega, el mismo Zapatero, González, Guerra, Bono... Proclaman la Igualdad... para los demás.

La educación, que es mucho más que la enseñanza, es una responsabilidad intransferible de los padres. Aunque debe ser compartida por los poderes públicos y por toda la sociedad. Algo que no hemos asumido en España. No hay más que ver los valores que transmite la televisión.

La educación es la asunción de valores, y de forma más explícita la asunción de Responsabilidad, de responsabilidades cada vez mayores. A los jóvenes, tan ansiosos de Libertad, que tratan de conquistarla permanentemente, habría que dejárselo claro todos los años, todos los días: “Serás tan libre, tendrás tanta Libertad, como las responsabilidades que seas capaz de asumir. Cuanta más Responsabilidad asumas, más Libertad tendrás. Pero nunca sin Responsabilidad”. Y eso es algo que la izquierda nunca entiende, ni entenderá. Nos quiere irresponsables... y por ello mismo, escasamente libres.

Y esa parte más especializada, que es la enseñanza, que no está al alcance de los padres (pues no todos saben formulación química, ni idiomas, ni cálculo algebraico...) es la que se reserva a la Administración. Pero qué duda cabe que el proceso de aprendizaje, que es difícil y esforzado, juega un importante papel en la asunción de valores: el esfuerzo, la tenacidad, el trabajo,... la responsabilidad en suma.

No hay que educar EN Libertad, porque los jóvenes deben tener reglas claras desde el principio, y deben saber que hay límites: los que imponen las leyes y las normas y, más importante aún, los que impone la propia ética personal, que deben ir construyendo. Hay que educar PARA la Libertad. Y, por ello mismo, PARA la Responsabilidad personal.

Algo que la izquierda aborrece. Y los mediocres.

Anónimo dijo...

Allí veo yo también la raíz de todos los males y miserias que arrastra este país...la educación. La educación en todos sus ámbitos: el familiar, el escolar, el universitario... e incluso el televisivo.
Por suerte quedan siempre nichos de excepción que permiten evitar generalizar sobre toda la sociedad y cumplir con la máxima de nuestros gobernantes de repartir la ineptitud a partes iguales. Bien por Esperanza Aguirre, pero no es suficiente con una voz en el desierto, aunque con un poco de estímulo y concienciación, podremos cambiar la cosas poco a poco, si la clase política no se empeña en poner palos de rueda.

Aprovecho para felicitarte por el blog y darte las gracias por las interesantes aportaciones que haces en cada post.

Oroel dijo...

Anónimo:

Gracias por tus palabras.

Hemos estado comentando con la familia este tema y me han recordado algo que ya ha había leído en numerosos comentarios de Internet: que Pepiño Blanco lleva a sus hijos a un colegio de élite, con educación en idioma extranjero y que no sigue el sistema educativo español, la LOGSE, sino el sistema británico, aunque luego convalida sus títulos.

Escribía yo antes sobre la hipocresía con que la izquierda que alcanza el poder resuelve la contradicción a que les lleva el igualitarismo que predican, y que ellos ya no quieren ni para sí ni para sus familias. Un igualitarismo que nos reservan al resto. Ellos, como en la fábula de Orwell, siguen siendo iguales, pero más iguales que el resto.

Éste de Pepiño Blanco es un ejemplo extremo que me produce una intensa repugnancia, porque observa que el tipo acepta y se acoge a un elitismo, el estrictamente económico, que les debiera resultar mucho más rechazable que el de la excelencia que propugna Esperanza Aguirre. Pero éste, el elitismo económico, que les permite que sus hijos acudan a un colegio privado, de lujo y con sistema educativo distinto y claramente mejor que el español, éste lo aceptan sin escrúpulos, sin pestañear. Porque es un elitismo al que en virtud del estatus que han alcanzado pueden acogerse y al otro no podrían nunca, salvo honrosas y escasísimas excepciones. Él, Blanco, nunca hubiera podido.

Son unos hipócritas despreciables.


Número de visitas