martes, agosto 17, 2010

El diario de Villasur

Internet permite apasionantes investigaciones, aunque lógicamente limitadas.

Por azar -aunque no tanto, realmente- leí una entrada sobre la expedición de D. Pedro de Villasur en el verano de 1720, desde Santa Fe, en Nuevo México, hasta lo que hoy es el estado de Nebraska, prácticamente en el centro geográfico del actual territorio continental de los Estados Unidos, donde, en una pradera situada en la confluencia entre los actuales ríos Lobo -Loup River (Loup, en francés)- y Platte, acabó trágicamente, a consecuencia de una emboscada de los indios pawnees. Hablamos de la región de las grandes praderas, donde hoy se extienden inmensos cultivos de maíz, en la cuenca del Missouri.

Este hecho, como muchos otros de la exploración y fallida colonización de Norteamérica por España, es prácticamente desconocido entre nosotros y, por el contrario, ampliamente documentado por los americanos.

La expedición, su trágico final, el retorno de los pocos supervivientes (siete, aunque el número varía según las fuentes consultadas), la investigación y juicio posteriores al gobernador de Nuevo México (D. Antonio Valverde y Cosío) como responsable político y la existencia de testimonios gráficos (las pinturas sobre unas pieles de bisonte que reproducen la batalla) y escritos (el diario de Villasur) aparecidos siglos más tarde en Suiza y Francia respectivamente, darían argumento para varias películas de acción e intriga, mucho mejores y más apasionantes que muchos westerns que se han rodado con un guión más pobre y narrando hechos mucho más anodinos.

La expedición de Villasur se produjo como consecuencia de la rivalidad existente entonces entre españoles y franceses por el dominio, siempre precario, de aquellas enormes extensiones. Los anglosajones, por aquellas fechas todavía bajo bandera inglesa, continuaban asentados en la costa este americana y no habían hecho aún acto de presencia en aquellos territorios. El gobernador Valverde pudo comprobar en una expedición durante 1719 a El Cuartelejo (cerca de la actual Scott City, Kansas) que uno de los apaches que residían en él tenía una herida de bala en el vientre. La información de la presencia de franceses en el norte y de que éstos estaban suministrando armas de fuego a los indios alertó a los españoles y aconsejó una expedición que investigara y neutralizara (por la diplomacia, que era la primera opción, o por la fuerza) aquella amenaza.

Las armas de fuego no podían tener otra procedencia que no fuera francesa, pues los españoles procuraban que los indígenas no tuvieran acceso a ellas. También procuraron que no aprendieran a montar, aunque esto sólo lo consiguieron en Florida (que abarcaba toda la región del Golfo de México) y California, mientras que las tribus del Medio Oeste adaptaron su cultura en apenas un siglo (el XVII) a la súbita irrupción del caballo mesteño, sin domar (lo que los americanos llaman mustang), procedente de los caballos españoles, convirtiéndose en una de las mejores caballerías ligeras del mundo, como siglos antes lo fueron los nómadas centroasiáticos, con un modo de vida prácticamente idéntico.

La propia existencia, documentada, de El Cuartelejo, desaparecido durante siglos y redescubierto luego por arqueólogos americanos ya es en sí misma interesante. Se trata de un típico poblado de los indios pueblo, ocupado años más tarde por los apaches y que se trató de fortificar y emplear como asentamiento militar por los españoles.

El teniente general don Pedro de Villasur partió de Santa Fe el día 16 de junio con una fuerza compuesta por cuarenta y cinco soldados veteranos, sesenta indios de la tribu pueblo, algunos exploradores apaches y un sacerdote, fray Juan Mínguez. También les acompañaba un aventurero y comerciante francés, Juan L'Archeveque, nacionalizado español; José Naranjo, explorador, interprete y guía, hijo de padre negro africano y de madre india hopi y que en la expedición estaba encargado de los indios auxiliares de la columna española, y finalmente Francisco Sistaca, indio pawnee que había sido esclavo de los españoles, y cuyo papel en la emboscada final suscita muchas sospechas.

La vida de los protagonistas podría inspirar muchas novelas de aventuras. Jean L´Archevêque, por ejemplo, era uno de los que había asesinado 32 años antes a La Salle en un fuerte construido por los franceses en la desembocadura del Mississippi en 1686. Capturado por los españoles en la expedición de Alonso de León de 1689, fue interrogado en la ciudad de México y enviado a España para ser encarcelado en 1692. Regresó a América como súbdito y soldado español para incorporarse a la expedición de Diego de Vargas de reconquista de Nuevo México en 1693 (después de la rebelión de los indios pueblo). Se afincó en Santa Fe, donde se casó y trabajó como comerciante y soldado. Antes de la expedición de Villasur, había participado en otras muchas a las planicies en calidad de intérprete. L'Archeveque cayó muerto en la emboscada de los pawnees. La exploración francesa de la región de los grandes lagos y de la cuenca del Mississippi también es una fuente inagotable de relatos de aventuras.

Así pues, Villasur partió con una fuerza relativamente exigua, en un viaje por territorio inexplorado, llevando mercancías (cuchillos, sombreros, tabaco...) para ofrecer en señal de paz. Tanto la existencia de esos presentes como el conocimiento de las gestiones que llevó a cabo cuando casi un par de meses más tarde localizó a los pawnees avalan sus propósitos pacíficos.

No se conoce el itinerario exacto que recorrió. Sí se sabe que hubo de cruzar un río (probablemente el Arkansas) utilizando balsas, y se supone que hubo de perder tiempo en cazar bisontes y secar su carne para alimentar a sus hombres. Recorrió un total de aproximadamente ochocientos kilómetros por lo que hoy son Nuevo México, Colorado, Kansas y Nebraska.

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Los detalles del viaje han sido luego conocidos por los datos del diario, sobre el que luego hablaremos, escrito por el cabo Felipe de Tamariz. El cuerpo expedicionario alcanzó y cruzó hacia el norte un río al que llamaron Jesús María (el actual río Platte) aproximadamente donde hoy se encuentra la pequeña población de Silver Creek. Era el 7 de agosto. El día siguiente siguieron el rastro de los indios en dirección noreste hasta que alcanzaron y cruzaron a la orilla norte de otro pequeño río (al que Villasur llamó San Lorenzo, el actual Loup River), cuyo curso siguieron hacia el este. Villasur había enviado previsoramente una pequeña partida de reconocimiento formada por soldados e indios pueblo. Uno de estos le informó que habían hallado el poblado pawnee. El viernes, 9 de agosto uno de los soldados exploradores regresó cabalgando y les dio datos más precisos: el gran poblado pawnee, en el que también había indios otoes, se encontraba aguas abajo, a unas siete u ocho millas, en la orilla norte, se calcula que en las proximidades de la actual población de Schulyer. La expedición cruzó el río San Lorenzo de nuevo hacia el sur y acampó allí donde confluía con el Jesús María.

Al día siguiente, 10 de agosto, cruzó el Jesús María de nuevo al sur y viajo aguas abajo (es decir, hacia el este) en dirección al poblado pawnee. Mandó entonces a un indio, muy posiblemente Francisco Sistaca, que, como hemos dicho, era de origen pawnee, llevando tabaco como regalo. Aquí acaban las anotaciones del diario.

Según los testimonios de los supervivientes en la investigación posterior, ese indio nunca regresó. En su lugar, los pawnees enviaron un emisario con una bandera blanca, al que Villasur, suponiendo que había franceses entre ellos, entregó una carta escrita en francés. Se supone que en ello intervendría L´Archevêque. Al día siguiente, 11 de agosto, varios indios cruzaron el río con una hoja de papel en la que figuraban unas marcas que Villasur no supo interpretar. Suponiendo que los franceses no tenían con qué escribir, les volvió a enviar una carta, esta vez en español, y papel, tinta y una pluma. Tras eso esperaron contestación durante ese día y al siguiente, cuando el indio pawnee enviado al principio apareció en la otra orilla del río y les informó que no se le permitía regresar con ellos.

Cada vez más convencido de que la actitud de los pawnees era claramente hostil, Villasur decidió retirarse aguas arriba y tras cruzar de nuevo acampó en la confluencia de los ríos Platte y Loup, al sur y muy cerca de la actual población de Columbus, en medio de un herbazal. Posiblemente era el mismo lugar o muy próximo de donde había acampado la noche del 9 al 10. Fue allí, en la madrugada del día 13 mientras los hombres empezaban a levantarse, a ensillar los caballos y a recoger el campamento cuando fueron atacados con fuego de mosquetes y flechas. Al parecer el enfrentamiento fue corto, de apenas unos minutos. Villasur cayó al principio, sin darle tiempo a organizar la defensa. Igualmente murió L´Archevêque. Los indios pueblo acampados un poco más lejos sufrieron menos bajas que los españoles.

Tres de los españoles que vigilaban los caballos un poco más alejados ensillaron unos animales y corrieron en auxilio de los que estaban siendo atacados. Sólo uno de ellos consiguió llegar junto a sus compañeros. Los otros dos murieron. Entre los pocos supervivientes, uno logró escapar con nueve heridas de bala y con el cuero cabelludo arrancado. Veinticuatro días más tarde llegaron a Santa Fe siete españoles, cuarenta cinco indios pueblo y todos los apaches, que culparon a los franceses de su derrota.

Seguramente, como consecuencia de la investigación posterior y para documentar los hechos, un artista desconocido pintó un esquema de la batalla en las pieles de tres bisontes, primero con lápiz, luego con tinta y finalmente con acuarela. En ella se aprecia a los soldados españoles defendiéndose en un círculo cerrado, al modo clásico, rodeados de indios y franceses. Puede distinguirse a los españoles por sus sombreros negros de ala ancha y a los franceses por sus típicos tricornios, aunque la vestimenta de estos últimos más se asemeja a la de comerciantes que a la de soldados. A pesar de que el uniforme de los soldados españoles en la frontera americana, los llamados “dragones de cuera”, es desconocido del gran público, el modo de vestir de los cowboys que el cine ha popularizado deriva directamente de aquél: sus típicos sombreros y sus chalecos de cuero -más cortos, como una evolución de las pesadas casacas de cuero que usaban los españoles para protegerse de las flechas-. En la pintura se distingue al sacerdote, Juan Mínguez, administrando los últimos sacramentos a los caídos y a Villasur por su casaca azul.

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Gottfried Hotz de Zurich, un suizo que estudiaba la historia de los indios americanos halló en su país dos grandes pieles pintadas que representaban una batalla en la que participaban europeos e indios en la confluencia de dos ríos. Esas pinturas pertenecen a unos descendientes colaterales del padre Philipp Segesser, un jesuita que estuvo como misionero entre los indios de la provincia de Sonora, México, en el siglo dieciocho. El jesuita adquirió esas pieles en el año 1758 y las envió a su familia en Lucerna como regalos. Hotz tardó mucho tiempo en poder identificar la escena representada en ellas. En la actualidad una copia de las mismas se encuentra en el museo de la Sociedad Histórica del Estado de Nebraska. Otra copia se encuentra en la Colección del Palacio de los Gobernadores, en el Museo de Nuevo México.

Unos años más tarde de la masacre, para contrarrestar la versión española, el entonces gobernador de Louisiana, Pierre Dugué de Boisbriand, aunque nombrado con posterioridad a los hechos (fue gobernador entre los años 1724 y 1726), ofreció una versión totalmente distinta, desmintiendo rotundamente la participación francesa e incluso de los pawnees, culpando exclusivamente a los indios otoes. Según Boisbriand, incluso la tropa española era más numerosa de lo indicado. También según su versión, el padre Mínguez había sobrevivido a la masacre, huyendo hacia las praderas a lomos de un caballo mientras enseñaba a los indios, bajo amenaza, a montar. Realmente nunca se volvió a tener noticia del sacerdote.

Tal como he señalado, la última anotación del diario de Villasur es del día 10 de agosto de 1720. El diario, junto con el resto de las pertenencias abandonadas por los españoles fue recogido por los indios y años más tarde recuperado por los franceses. No se sabe qué peripecias pasó hasta que fue descubierto a principios del siglo XX en Francia e impreso en francés en 1921. No he podido hallar la versión francesa, ni ninguna traducción de esa versión o la traslación directa del original español.

He preguntado a José Havel (Avilés, España, 1970), quien ha escrito en su blog sobre el tema (le he enlazado al principio del artículo) y que confiesa que lleva años rastreando periódicamente en Internet sobre ese diario, sin haber podido hallar ninguna referencia.

Pero hay más preguntas:

¿Dónde nació Pedro de Villasur, en España o en América? ¿Cuál es su historia antes de la masacre? ¿Cuántos años tenía cuando murió? ¿Hay algún retrato suyo? ¿Estaba casado? ¿Dejó viuda o herederos?

Y más: en una de las páginas consultadas, en inglés, se cita a Idelfonso Rael de Aguilar (sic) como uno de los supervivientes que testificó en la investigación posterior. No he hallado ninguna otra referencia del personaje. ¿Dónde se encuentran esos testimonios y esas actas?

La Historia es apasionante, pero Internet no da todas las respuestas. Invito a mis lectores a formularse nuevas preguntas, a seguir investigando y a compartir sus hallazgos.
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3 comentarios:

Alejandro dijo...

Efectivamente, una historia apasionante.

Me trae a la mente un hecho sorprendente y sintomático sobre el que he meditado muchas veces.

Sobre el duelo en OK corral (un miserable tiroteo de pueblo sin ninguna repercusión), los norteamericanos han realizado 4 o 5 películas. ¿qué hubieran hecho de tener una Historia como la nuestra? ¿y qué hemos hecho nosotros?

José Havel dijo...

Hace algún tiempo me preguntaste por el diario relativo a la expedición de Villasur. Al parecer, parte del mismo está publicada en HOTZ, Gottfried, “Indian Skin Paintings from the American Southwest: Two Representations of Border Conflicts between Mexico and the Missouri in the Early Eighteenth Century”, University of Oklahoma Press, Norman, 1970 (ISBN: 080610872X / 0-8061-0872-X). Este libro puede adquirirse por Internet.
Un saludo.
JH

JOSÉ LUIS CARBONELL dijo...

Me encantan estos temas de cuando parte del territorio actual de los EEU era todo nuestro.
Qué pena que no se haya hecho aún una peli o serie que recoja todos estos pasajes.
Si la expedición salió de Santa Fe, pasarían por la montañosa ciudad de Taos afín de evitarse vadear el rio Pecos, aunque me extraña que una expedición de tal calibre con semejantes pertrechos se “atreviera” con las Rocky Moutains.
Otra opción sería seguir la ruta de Coronado 1540-1542. Pasando por el poblado indio de Cicuyé (Pecos) y después de vadear el rio Canadian con las balsas citadas, meterse entre pecho y espalda 600 kilómetros que es la distancia que hay entre las actuales ciudades de amarillo (Texas) a Salinas (Kansas). El itinerario es especulativo, pero bien pudieron aprovechar mapas elaborados por Coronado que llegaban hasta Quivira.


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