viernes, enero 22, 2010

La Transición

Yo pensaba, ingenuo de mí, que la Transición había concluido hacía mucho. Y hoy comprendo que no, que seguimos en ella.

La Transición concluirá cuando la enterremos, es decir cuando reformemos la Constitución, demos carpetazo a este experimento fallido en que llevamos ya treinta años embarcados y pongamos muchas cosas y a mucha gente en su sitio.

He hablado con muchos militantes y votantes del PP y puedo afirmar sin riesgo alguno a equivocarme que más del 90% de ellos están en contra del Estado autonómico, o bien radical y totalmente en contra, o bien en contra del alto nivel de trasferencias y descentralización alcanzado. Y aunque quizás no en tan alto grado, pero creo que tampoco me equivoco si digo que más del 50% de los votantes socialistas piensan lo mismo. ¿Cuántos votantes socialistas piensan lo mismo que Bono o Leguina? ¿Cuántos ciudadanos españoles piensan en este tema concreto lo mismo que Rosa Díez? Es decir, creo firmemente que una gran mayoría de los españoles compartimos esa percepción de las cosas. Toda mi familia, sin excepción alguna, piensa eso. Todos mis amigos, sin excepción alguna, piensan eso.

Pues bien, con esa masa social inmensa, que engloba a la mayoría del censo electoral, los partidos políticos españoles, prácticamente todos y desde luego los dos más importantes, continúan dando pasos en sentido diametralmente opuesto al sentir de sus votantes. En Aragón, por ejemplo, los dirigentes del PP, sin encomendarse a Dios ni al diablo, sin someter a debate ni a consulta la cuestión, decidieron apoyar la reforma del Estatuto. Por supuesto, en contra de mi criterio y de toda la gente con la que he hablado, muchos de ellos votantes de ese partido. ¿Alguien lo entiende? En Aragón no se nos dejó votar (yo hubiera votado en contra), pero donde se ha podido votar, el desinterés de la gente, incluso en comunidades donde supuestamente hay una especial sensibilidad por la cuestión, ha sido patente.

Hace unos años, un significado militante del PSOE, de los que disfruta de cargo público, no electo sino designado, gracias a su militancia, me decía lo siguiente: “En el PSOE estamos en contra de las comarcas, sabemos lo que son y para lo que son. Como en el PP. Pero todos los partidos hemos votado a favor, a pesar de estar en contra”. ¿Alguien lo entiende? Yo sí: había que contentar a Biel. Y la opinión minoritaria de una persona convertida por las circunstancias en fiel de la balanza puede torcer la opinión del ochenta por ciento del electorado y la voluntad de quienes dicen representarles. ¿Eso es democracia? Si lo es, habrá que concluir que es una democracia de una ínfima calidad.

Nuestra Constitución, ya lo he dicho otras veces, es un texto muy deficiente, plagado de indefiniciones, contradicciones e incluso, creo, de profundos errores conceptuales, difícilmente conciliables, a mi juicio, con la Democracia. Estoy pensando, claramente, en los llamados derechos históricos.



Un término deslizante

Pues bien, a pesar de las indudables concesiones y sacrificios de la lógica, del sentido común, e incluso de principios democráticos tan elementales como la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y de la proscripción de privilegios, que nuestra Constitución niega y consagra a la vez, a pesar de todas esas claudicaciones frente a los nacionalistas, éstos proclaman ahora la quiebra del Estado autonómico.

Y tienen razón: ellos mismos lo han quebrado.


Y nosotros hemos dejado que quebrara. Ante una Constitución tan imperfecta, y por ello mismo tan lábil, hacía falta una dosis extra de lealtad constitucional, que la mayoría de los ciudadanos de buena fe dimos por supuesta, en nuestra ingenuidad, y que los nacionalistas han traicionado desde sus mismos primeros pasos.

También hemos podido comprobar en estos treinta años la verdadera esencia, escasamente nacional, escasamente honrada y escasamente democrática de un partido socialista más próximo al peronismo argentino que a la socialdemocracia europea, de un sedicente socialismo que ancla sus raíces ideológicas en la Segunda República, tras una peligrosa e irresponsable elipsis de setenta años, rechazando no sólo la herencia del franquismo (y no me refiero a la herencia política de los dirigentes de la época, sino a la herencia social y económica que nos legaron las generaciones de nuestros padres y abuelos) sino de la Transición. Dos veces ha gobernado el PSOE en este tiempo y las dos veces nos ha conducido a la ruina. No habrá verdadera democracia en este país mientras no haya una izquierda de verdad, democrática, leal y homologable a nivel europeo.

Hemos podido comprobar cómo los partidos políticos han pervertido el mandato constitucional de su funcionamiento democrático hasta el extremo de que han dejado de representarnos.

Treinta años después podemos extraer muchas lecciones. Y entre ellas la de la necesidad de introducir profundas reformas, revisar muchos conceptos y reconsiderar total y absolutamente el camino andado en una dirección que creo que ha sido equivocada. Hemos alumbrado un modelo de Estado insolidario, caro, insostenible, inviable, que evoluciona por la inercia desencadenada en su momento hacia la fragmentación territorial, social e institucional, y de paso hacia la quiebra económica.

Tomo prestadas de César Vidal sus diez propuestas para una reforma constitucional que dé fin a la Transición.

1. Suprimir tratos de favor fiscal como los conciertos vasco y navarro, tributando por el mismo sistema todas las regiones españolas.

2. Suprimir el trato de favor de carácter legal a cualquier sector de la población sea cual sea incluyendo lobbies y subvencionados al servicio del poder político.

3. Devolver competencias al poder central en áreas como, por ejemplo, la enseñanza, consagrándose el principio de que los padres podrán educar a sus hijos en cualquier parte de España en la lengua oficial de todos los españoles.

4. Situar el presupuesto en poder del gobierno nacional en no menos del setenta por ciento de su cuantía de tal manera que pueda hacer frente a los desafíos con que se enfrenta la nación y que se dificulte el empleo del dinero del contribuyente en beneficio de las oligarquías locales.

5. Reformar el sistema electoral mediante listas abiertas que obliguen a responder a los candidatos ante el pueblo y no ante las cúpulas de los partidos.

6. Reformar el sistema electoral mediante listas únicas de carácter nacional que otorguen a los partidos una representación proporcional a sus votos.

7. Separación real de poderes con respeto escrupulosos a la independencia del poder judicial.

8. Liberalización de los medios de comunicación mediante la supresión de la intervención del poder político en su concesión y actuación.

9. Limitación del endeudamiento nacional y de otras magnitudes macroeconómicas a lo establecido en los criterios de la UE.

10. Separación real de iglesia y estado impidiendo a éste la regulación e intromisión en asuntos relacionados con las confesiones religiosas.

Porque, efectivamente, el régimen ha muerto, pero no podemos permitirnos dejarlo mucho más tiempo sin enterrar. La Transición está durando tanto que ya es un régimen, y me niego a llamarlo régimen democrático, porque es tan imperfecto que dudo que lo sea.

La Transición ha muerto, y si queremos tener futuro y que lo tengan nuestros hijos no conviene demorar mucho más la certificación de su muerte.

PD.: Bueno, pues parece que en el tema de las reformas estatutarias hasta Aznar está de acuerdo conmigo. Y digo que es él quien está de acuerdo conmigo y no yo con él, porque fui yo me quien me anticipé haciendo explícito mi disgusto. 


¿De verdad creen que el PP está representando fielmente a sus votantes?

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6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, la gente vota libremente (al menos en un elevadisimo porcentaje) y salen los politicos que salen, reflejo en su mayor parte de la sociedad. Esto nos puede gustar más o menos pero es la verdad. Argumentar que la mayoria de los votantes del PP o del Psoe prefieren otras cosas cuando elección tras elección se les sigue votando, pues... me parece dificil de creer. Las personas cuando votamos tenemos en cuenta muchas cosas y hay que considerar que muchas veces votamos más en contra de algo (Aznar, Zp, un determinado partido o lo que sea). Esta claro que en el actual modelo hay fallos, en mi opinión no por culpa del modelo, sino de las personas que lo llevan a cabo (politicos, jueces, votantes, etc.)pero no se puede negar que España ha mejorado en terminos generales en los ultimos treinta años, sera por algo...

Oroel dijo...

Querido anónimo:

Yo sólo puedo hablar desde mi percepción personal y desde los sondeos que de forma absolutamente carente de rigor realizo entre mis conocidos. El que se trate de mis conocidos les otorga quizás un sesgo significativo, pero es la muestra de la población a la que yo tengo acceso. No es una muestra pequeña tampoco, aunque por supuesto no tan amplia como un sondeo profesional.

Pues bien, la reforma del Estatuto de Aragón, por poner un ejemplo, fue secundada, creo, por todas las fuerzas presentes en las Cortes. Creo que incluso a algún partido (CHA) le pareció notoriamente insuficiente esa reforma. A mí, por el contrario, me pareció excesiva. Y sin duda alguna innecesaria, sin demanda ciudadana. Y también perjudicial. Ya ves, es mi opinión, tan legítima como la de quien piense lo contrario.

En efecto, mi opinión, que coincide absolutamente y sin excepción con la de todas las personas de mi entorno familiar y profesional, no estuvo representada por nadie en las Cortes. Si extrapolo, quizás de forma poco rigurosa, esa opinión generalizada que yo percibo en mi entorno, a toda la sociedad, puedo deducir que una amplio sector de la opinión pública, posiblemente mayoritario, no tiene ninguna representación política, porque ningún partido está representándonos. ¿Qué resultados podría obtener quien reparara en la existencia de ese hueco político no cubierto electoralmente y en esa cantera de votos no representados?

Porque quizás mis extrapolaciones no sean tan absurdas o carentes de rigor, si nos atenemos a los niveles de participación que han recibido las consultas de las reformas estatutarias allí donde se ha permitido pronunciarse a los ciudadanos: Cataluña y Andalucía. Un interés más bien escaso, como recordarás. Y si preguntas en Aragón, me apuesto lo que quieras a que más del ochenta por ciento de la población no se ha enterado de la reforma estatutaria, ni le importa lo más mínimo.

Hemos mejorado en los treinta últimos años. Por algo será, efectivamente. ¿Han mejorado los franceses, ingleses o alemanes? Tenemos democracia, sí, y me congratulo de ello. No me quejo ni cuestiono la democracia, pero sí la forma de Estado que nos hemos dado. Ya sabes lo que opino: cara, inviable y con una inevitable tendencia a la autodestrucción. Los dos Estados que incorporaban el término “nacionalidades” en sus constituciones han dejado de existir recientemente: la URSS y Yugoeslavia. Y es que las palabras no son inocuas.

Alejandro dijo...

"una amplio sector de la opinión pública, posiblemente mayoritario, no tiene ninguna representación política"

Sí la tienen, se llama UPD. Ahora bien, si mucha gente sigue votando al PP o al PSOE por lo del voto útil y para que no gobiernen "los otros", luego que no se quejen.

Tenemos lo que nos merecemos.

Oroel dijo...

Digo, Alejandro, en las Cortes. UPyD no está en las Cortes de Aragón, ni estaba cuando se aprobó la reforma del Estatuto de Aragón o la comarcalización, dos estupideces antológicas con las que una mayoría de ciudadanos aragoneses no estamos de acuerdo.

¿Quién nos representaba en el hemiciclo aragonés cuando se aprobaron ambas cosas a los que estábamos en contra de ellas? Nadie. Y quienes estamos en contra de ellas no somos precisamente una minoría, sino todo lo contrario.

Natalia Pastor dijo...

Totalmente de acuerdo con tu post,Oroel.
Hya un gran sector de la sociedad que no está representado ni se identifica con ningún partido del arco parlamentario.
Al final, un gran porcentaje votan decantándose por la opción "menos mala".
Gran parte del alejamiento del votante, de los bajos porcentajes en las consultas y referendums radica precisamente en ello y en que la realidad vital de los ciudadanos,sus preocupaciones van por otro, muy alejadas de las entelequias de los políticos.

Oroel dijo...

Querida Natalia:

Habrás visto que incluso Aznar ha manifestado su disgusto por las últimas reformas estatutarias, algunas promovidas por el PP. He añadido un enlace al final del artículo.

Somos muchos por tanto, incluso Aznar, los que coincidimos en esa apreciación. ¿Por qué entonces el PP promueve esas reformas con las que una amplia mayoría de sus votantes están en desacuerdo y que suponen una traición de su ideario?

En primer lugar por algún tipo de extraño complejo que les lleva a pensar que si hace esas cosas habrá una parte de votantes del PSOE o de partidos nacionalistas que se creerán representados por el PP y pasarán a votarles. Craso error. La gente prefiere los originales a las (malas) copias. Y además, hay un amplio porcentaje de votantes socialistas que también están en contra de esas reformas estatutarias. Corren el riesgo incluso de que surja un partido de centro (UPyD) que enarbolando esa bandera antiestatutaria (con la que yo estoy absolutamente de acuerdo) acabe robándoles ese electorado que está dejando de sentirse representado.

En segundo lugar, por una clamorosa falta de democracia interna, común al resto de los partidos, que les hace desconocer total y absolutamente las demandas e ideología de sus votantes. Al final, nuestros políticos viven en una urna de cristal y se distancian más y más de sus bases, hasta el extremo de que los unos y los otros ya no se reconozcan.

Y en tercer y último lugar, porque quien tiene poder siempre acaba queriendo más, y una forma de incrementarlo es aumentar las competencias a ejercer. La falta de liderazgo de Rajoy se traduce en un aumento del poder y de la autonomía de sus barones territoriales, que pueden colmar sus aspiraciones de poder incrementando las competencias transferidas. Al final, las mayores transferencias a las autonomías no responden a las demandas ciudadanas, sino a la vanidad y a la ambición de los políticos locales. Es así de simple y de triste.


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