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El inicio de año me ha pillado indolente, y a pesar de los muchos temas que ofrece la actualidad, no me decido a escribir y profundizar sobre ninguno.
Pero sí quiero hacerles partícipes de la intranquilidad que me ha causado saber que China está comprando la deuda española.
Paul Kennedy afirmaba en su conocido libro “Auge y caída de las grandes potencias” que había sido una suerte que la hegemonía mundial en el siglo XX hubiera recaído en los Estados Unidos y no, por ejemplo, en la Unión Soviética. Ha sido una suerte relativa con la que sin duda no estarían de acuerdo las numerosas víctimas del imperialismo americano, pero en términos globales creo que sí, que ha sido una suerte. Porque imagino, sin demasiado esfuerzo, que el mundo hubiera sido mucho peor si en lugar de una potencia democrática hubiera sido una de corte autoritario la que hubiera dirigido sus destinos e impuesto sus normas. Basta mirar cuales eran las condiciones de vida y el nivel de respeto de las libertades ciudadanas de que disfrutó la población de los países que quedaron bajo la influencia soviética. Siempre he pensado que para juzgar un país basta mirar cómo trata a sus propios ciudadanos.
Y mirar la política interior china espanta. A quienes se consideren de izquierdas o simples amantes de la libertad, bastará recordarles que en China están prohibidas las actividades sindicales y, por supuesto, las elecciones libres. Es dudoso que a estas alturas pueda considerarse comunista al régimen imperante en China, que ha evolucionado de una manera sorprendente al neoliberalismo extremo de los albores de la industrialización.
Gran parte del éxito económico de China se debe al llamado “dumping social”, a la producción de manufacturas a bajo coste como consecuencia de la abundancia de mano de obra barata, con jornadas interminables, sueldos de miseria y ausencia de derechos sociales. Producir en esas condiciones le otorga una ventaja competitiva que le permite invadir el mundo con sus productos. La globalización, los acuerdos comerciales y la paulatina liberalización de los flujos de capital y comercio de mercancías están exportando al resto del mundo la desprotección social de los países asiáticos y especialmente de China, empezando por los recortes salariales y la precariedad en el empleo.
Siempre he pensado que las condiciones laborales de producción deberían formar parte de ese paquete de mínimas exigencias técnicas y sanitarias que imponemos en Europa a las importaciones de mercancías. La actual desvinculación existente entre los acuerdos adoptados en el seno de la OMC y la OIT es, simplemente, suicida.
Sea como fuere, China dispone hoy de un exceso de capital que debe invertir. Puede financiar con él el endeudamiento de aquellos países que insisten, gracias a Dios y a diferencia de ellos, en mantener un elevado nivel de protección social. ¿Pero cuanto tiempo podremos mantener esa protección social y esos derechos laborales conquistados a lo largo de los dos últimos siglos si desarmamos la agricultura para comprar materias primas y la industria para comprar manufacturas producidas en régimen de semiesclavitud? Poco tiempo más. Nos estamos poniendo, muy imprudentemente, en sus manos.
El gobierno socialista ha cometido serios errores económicos a lo largo de estos años y muy pocos aciertos, por no decir ninguno.
Incluso vendieron parte de nuestras reservas de oro a precio de saldo, justo antes de que comenzara a subir su cotización mundial.
Ahora nos estamos poniendo literalmente en manos de una potencia emergente, que muy pronto, a lo largo de este siglo, será hegemónica, y que no actúa, ni de lejos, con los principios democráticos con que se ha conducido Estados Unidos.
El vice primer ministro chino, Li Keqiang, ha afirmado que su país quiere ayudar a combatir la crisis de deuda soberana en la zona euro y está dispuesto a ayudar a reforzar las finanzas europeas. “China es un inversor de largo plazo y responsable en el mercado de deuda español y China no ha reducido sino incrementado sus inversiones en bonos españoles. China seguirá atento a este mercado y seguirá comprando”.
¿Por qué? ¿Por qué nos quiere ayudar?
Ahora que China se ha reconvertido al liberalismo, será bueno recordar a Adam Smith: "No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés". ¿Por qué nos quiere ayudar China?: por su propio interés, obviamente.
Que alguien, como Pedro Solbes, que ha equivocado tan gravemente sus predicciones como su estrategia, avale el interés de China añade, en mi opinión, un nuevo motivo de preocupación:
Nuestras cuentas públicas y nuestra balanza comercial siguen siendo deficitarias. Seguimos por tanto aumentando nuestra deuda, que China está dispuesto a comprar.
¿Qué pasará el día que no seamos capaces de hacer frente a las obligaciones que estamos contrayendo con ellos, el día que no podamos pagar los intereses ni devolver lo prestado? ¿Va a tener más consideración con nosotros que la que tiene con sus propios ciudadanos?
No son los Estados Unidos. Es China. (No son los Medici. Es Shylock)
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