Hasta hace poco el modelo navarro, con el PP integrado y diluido en un partido regional que daba las siglas a la coalición, ha sido un ejemplo que ha tentado a mucha gente de la derecha aragonesa.
Ha tentado a muchos, aclaro, pero no a todos y ni siquiera a la mayoría.
La presencia constante del PAR en la política aragonesa y especialmente en sus instituciones, como consecuencia de su oportunista y fenicia política de pactos, era una referencia inexcusable para quienes proponían, o soñaban, con una coalición denominada Unión del Pueblo Aragonés. Esa coalición PP-PAR, institucionalizada como un matrimonio, al estilo navarro, podría ser imbatible. Quienes así soñaban ignoraban la posibilidad de que fuera el PAR quien pusiera los dirigentes y el PP la militancia y los votos. O la evidencia de que en los tiempos que corren, los matrimonios no son para toda la vida.
“Es nuestro aliado natural”, decían, refiriéndose al PAR.
“No”, argumentamos otros, “es el único posible. Y después de tres legislaturas coaligados con el PSOE, quizás fueran éstos quienes pudieran considerarlos su aliado natural. Y por eso mismo, hay que luchar para que no sea necesario pactar con ellos. El PSOE pactará con ellos aunque no los necesiten, sabiendo que su presencia divide el voto del centro derecha. Pero ofrecer desde el PP el oxígeno de unos pactos, salvo cuando sea estrictamente necesario, sería suicida”.
Hasta qué extremos puede llegar esa especie de síndrome de Estocolmo que les hace amar a quien reiteradamente les desprecia y los pone los cuernos lo demuestra esta frase de un militante del Partido Popular: “sería un sueño poder obtener diecisiete (el PP) y diecisiete (el PAR)”. Aclaro que con sesenta y siete diputados en las Cortes, treinta y cuatro son mayoría. Desde la perplejidad, repuse: “¿Y veintinueve (el PP) y cinco (el PAR) no sería más deseable?” Observen que en la actualidad el PP tiene veintitrés y el PAR nueve. ¿Cómo se puede desear llegar a perder representación sólo para poder tener la oportunidad de pactar -pero sólo la oportunidad-, y además en una situación de clara inferioridad -como es evidente- con alguien que tiene la ventaja de poder hacerlo por las dos bandas? Para mí incomprensible.
El oportunismo de Miguel Sanz en Navarra, que es consustancial a todos los regionalistas, ha puesto las cosas claras. Y si Miguel Sanz ha demostrado su oportunismo en estos dos últimos años, el PAR lo ha venido demostrando en los últimos veinte.
Una fragmentación del PP como la de Navarra, si llegara a extenderse el modelo, junto con el creciente poder y autonomía de que hacen gala los barones regionales, podía acabar llevando al gran partido nacional del centro derecha a un modelo como el de la CEDA en la Segunda República.
Es por eso que me alegro de que el PP recupere sus siglas en Navarra. De momento sólo tienen sede virtual: Populares de Navarra.
Y la experiencia servirá de advertencia, espero, en Aragón.
Ha tentado a muchos, aclaro, pero no a todos y ni siquiera a la mayoría.
La presencia constante del PAR en la política aragonesa y especialmente en sus instituciones, como consecuencia de su oportunista y fenicia política de pactos, era una referencia inexcusable para quienes proponían, o soñaban, con una coalición denominada Unión del Pueblo Aragonés. Esa coalición PP-PAR, institucionalizada como un matrimonio, al estilo navarro, podría ser imbatible. Quienes así soñaban ignoraban la posibilidad de que fuera el PAR quien pusiera los dirigentes y el PP la militancia y los votos. O la evidencia de que en los tiempos que corren, los matrimonios no son para toda la vida.
“Es nuestro aliado natural”, decían, refiriéndose al PAR.
“No”, argumentamos otros, “es el único posible. Y después de tres legislaturas coaligados con el PSOE, quizás fueran éstos quienes pudieran considerarlos su aliado natural. Y por eso mismo, hay que luchar para que no sea necesario pactar con ellos. El PSOE pactará con ellos aunque no los necesiten, sabiendo que su presencia divide el voto del centro derecha. Pero ofrecer desde el PP el oxígeno de unos pactos, salvo cuando sea estrictamente necesario, sería suicida”.
Hasta qué extremos puede llegar esa especie de síndrome de Estocolmo que les hace amar a quien reiteradamente les desprecia y los pone los cuernos lo demuestra esta frase de un militante del Partido Popular: “sería un sueño poder obtener diecisiete (el PP) y diecisiete (el PAR)”. Aclaro que con sesenta y siete diputados en las Cortes, treinta y cuatro son mayoría. Desde la perplejidad, repuse: “¿Y veintinueve (el PP) y cinco (el PAR) no sería más deseable?” Observen que en la actualidad el PP tiene veintitrés y el PAR nueve. ¿Cómo se puede desear llegar a perder representación sólo para poder tener la oportunidad de pactar -pero sólo la oportunidad-, y además en una situación de clara inferioridad -como es evidente- con alguien que tiene la ventaja de poder hacerlo por las dos bandas? Para mí incomprensible.
El oportunismo de Miguel Sanz en Navarra, que es consustancial a todos los regionalistas, ha puesto las cosas claras. Y si Miguel Sanz ha demostrado su oportunismo en estos dos últimos años, el PAR lo ha venido demostrando en los últimos veinte.
Una fragmentación del PP como la de Navarra, si llegara a extenderse el modelo, junto con el creciente poder y autonomía de que hacen gala los barones regionales, podía acabar llevando al gran partido nacional del centro derecha a un modelo como el de la CEDA en la Segunda República.
Es por eso que me alegro de que el PP recupere sus siglas en Navarra. De momento sólo tienen sede virtual: Populares de Navarra.
Y la experiencia servirá de advertencia, espero, en Aragón.
PD.: El PSOE también ha renunciado a sus siglas en Cataluña. Y a sus principios.
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