Las declaraciones del que fuera breve y polémico presidente de la Generalitat catalana dieron lugar a un neologismo expresivo: “maragalladas”. He aquí la última de ellas. Posiblemente la única sensata de las muchas que dejó dichas para la posteridad.
Pasqual Maragall sigue siendo el presidente del PSC-PSOE y desde ese cargo orgánico, aunque en declaraciones formuladas desde Roma a la prensa extranjera y sin compartirlas ni debatirlas en el seno de su partido, ha emitido unas conclusiones desencantadas: “Tanto esfuerzo no ha valido la pena”. Y lo dice ahora.
Dicen que el tiempo da y quita la razón y pone a cada uno en su sitio. No cabe duda de que a Maragall le ha puesto donde correspondía, alejado de cualquier responsabilidad y toma de decisiones. Pero sus palabras, dichas desde el alejamiento y quizás desde el despecho por la traición de Zapatero, vienen a dar la razón -tarde- al Partido Popular en ese penoso asunto del Estatuto catalán.
El 30 de septiembre de 2005 el Parlament aprobó un Estatuto desaforado y rupturista, claramente anticonstitucional, con los votos a favor de todos los grupos, también los del PSC-PSOE, pero no con los del Partido Popular. Hubo que reconducirlo en el Congreso de los Diputados, y aún así hay dudas de que sea constitucional. El Tribunal Constitucional dirá. Esa reforma o reelaboración en el Parlamento nacional ya daba la razón al único partido que no lo votó en Cataluña, aunque nadie se lo reconoció. En política no cabe la generosidad de otorgar la razón al contrario, aunque la tenga. Pero aunque el nuevo texto fuera constitucional, que yo personalmente dudo, ha sido claramente inoportuno, innecesario, insolidario y aprobado con menor consenso que el original. ¿Para qué, pues, aquella reforma? Rodríguez Zapatero aseguró entonces que con ese nuevo texto se solucionaba el encaje de Cataluña en España para los próximos veinticinco años. Apenas nueve meses más tarde su socio en el gobierno catalán, Esquerra Republicana, solicitaba un referéndum de autodeterminación. Todo un triunfo de prospectiva el de Zapatero, al que podría atribuírsele el sobrenombre de “sagaz” si no le cuadraran mucho mejor otros.
Pero hablábamos de Maragall y su melancolía. “Cometimos un error al proyectar la reforma del Estatut en vez de una reforma de la Constitución. ¿La reforma de la Constitución es imposible? Sí, probablemente, pero también la del Estatut ha sido imposible”. ¿No invocaba Rajoy una previa reforma de la Constitución? Seguramente un proceso de reforma constitucional hubiera demostrado que somos muchos más los españoles que apostamos por un reforzamiento de la cohesión nacional que los que desean esta vía de progresiva descentralización en que irresponsablemente nos ha embarcado Zapatero. Pero así están las cosas. Se podrían haber hecho peor, pero hubiera sido difícil.
Así, al final, ¿quién tenía razón?
Por cierto, Maragall será ya por poco tiempo presidente del PSC-PSOE. Adiós, Maragall.
Maragall abjura del Estatut
El retorno de Maragall
Rajoy lamenta que la "valentía" de Maragall al criticar el Estatuto ahora "no sirve de nada"
Maragall afirma que ha sido un «error» la reforma del Estatuto
Pasqual Maragall sigue siendo el presidente del PSC-PSOE y desde ese cargo orgánico, aunque en declaraciones formuladas desde Roma a la prensa extranjera y sin compartirlas ni debatirlas en el seno de su partido, ha emitido unas conclusiones desencantadas: “Tanto esfuerzo no ha valido la pena”. Y lo dice ahora.
Dicen que el tiempo da y quita la razón y pone a cada uno en su sitio. No cabe duda de que a Maragall le ha puesto donde correspondía, alejado de cualquier responsabilidad y toma de decisiones. Pero sus palabras, dichas desde el alejamiento y quizás desde el despecho por la traición de Zapatero, vienen a dar la razón -tarde- al Partido Popular en ese penoso asunto del Estatuto catalán.
El 30 de septiembre de 2005 el Parlament aprobó un Estatuto desaforado y rupturista, claramente anticonstitucional, con los votos a favor de todos los grupos, también los del PSC-PSOE, pero no con los del Partido Popular. Hubo que reconducirlo en el Congreso de los Diputados, y aún así hay dudas de que sea constitucional. El Tribunal Constitucional dirá. Esa reforma o reelaboración en el Parlamento nacional ya daba la razón al único partido que no lo votó en Cataluña, aunque nadie se lo reconoció. En política no cabe la generosidad de otorgar la razón al contrario, aunque la tenga. Pero aunque el nuevo texto fuera constitucional, que yo personalmente dudo, ha sido claramente inoportuno, innecesario, insolidario y aprobado con menor consenso que el original. ¿Para qué, pues, aquella reforma? Rodríguez Zapatero aseguró entonces que con ese nuevo texto se solucionaba el encaje de Cataluña en España para los próximos veinticinco años. Apenas nueve meses más tarde su socio en el gobierno catalán, Esquerra Republicana, solicitaba un referéndum de autodeterminación. Todo un triunfo de prospectiva el de Zapatero, al que podría atribuírsele el sobrenombre de “sagaz” si no le cuadraran mucho mejor otros.
Pero hablábamos de Maragall y su melancolía. “Cometimos un error al proyectar la reforma del Estatut en vez de una reforma de la Constitución. ¿La reforma de la Constitución es imposible? Sí, probablemente, pero también la del Estatut ha sido imposible”. ¿No invocaba Rajoy una previa reforma de la Constitución? Seguramente un proceso de reforma constitucional hubiera demostrado que somos muchos más los españoles que apostamos por un reforzamiento de la cohesión nacional que los que desean esta vía de progresiva descentralización en que irresponsablemente nos ha embarcado Zapatero. Pero así están las cosas. Se podrían haber hecho peor, pero hubiera sido difícil.
Así, al final, ¿quién tenía razón?
Por cierto, Maragall será ya por poco tiempo presidente del PSC-PSOE. Adiós, Maragall.
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