El señor de la foto es el Director General de Participación Ciudadana del Gobierno de Aragón, Ignacio Celaya. Él se suele presentar a sí mismo, y me dicen que incluso firma a menudo, como Nacho. La opinión sobre el personaje me la callo. Sólo tengo referencias indirectas. Pero, por supuesto, esa Dirección General es perfectamente prescindible.
Estos días pasados tuve la ocurrencia de abrir un libro que llegó a mis manos y que pronto acabará en el reciclaje, en cuanto copie las citas que he seleccionado para este artículo: Participación Ciudadana para una Administración Deliberativa.
El libro no merece mejor destino que el fuego o el reciclaje. Desde luego no lo recomiendo.
Me indigna que esta caquita haya consumido una parte de mis impuestos. ¡Qué vergüenza!
Realmente me cuesta pensar que el Gobierno de Aragón, a la vista de su actuación en todos los ámbitos, crea realmente en la participación ciudadana. Más bien parece, en esta época de marketing generalizado, que pretende presumir precisamente de lo que carece.
¿Es distinto el Gobierno de Aragón ahora, o cuando se constituyó tras las últimas elecciones y se dotó de la Dirección General de Participación Ciudadana, de aquel que poco antes, en el año 2005, rechazó displicentemente la Iniciativa Legislativa Popular para la Defensa de la Montaña Aragonesa? ¿Son sus principios de ahora distintos de los que le guiaban entonces? ¿Se ha reconvertido a la fe participativa? Yo, sinceramente, no lo creo. Ni aprecio indicios que permitan pensarlo.
Pero sobre todo, yo creo que uno de las mayores demostraciones de espíritu participativo es la transparencia de un Gobierno, es decir, la cantidad de información que suministra y comparte con sus ciudadanos. Y pocas veces, salvo en regímenes no democráticos, habrá sido posible hallar un gobierno tan deliberadamente opaco como el nuestro, tan resistente ante cualquier escrutinio público, tan refractario a la transparencia. No sólo niega información a los ciudadanos, sino a los propios diputados de la oposición, sistemática, pertinazmente.
Sin embargo, vean qué dice el libro. No me negarán que es todo un monumento a la hipocresía:
“En consecuencia, lo primero que necesitamos para avanzar hacia una administración deliberativa es conjurar desconfianzas y desactivar sospechas. Poner las cartas sobre la mesa y demostrarnos los unos a los otros que somos “confiables”, que podemos hablar y trabajar juntos (…/…) Necesitamos construir una administración de cristal, donde todo sea visible y donde no podamos acogernos a viejas sospechas para evitar el encuentro y el diálogo”. Suena bien, ¿verdad? Pues no se hagan ilusiones. Ni siquiera el Director General de Participación Ciudadana se cree esas palabras. Y ustedes, por tanto, cometerían un error si las creyeran.
El blog de la Asociación para la Defensa de la Función Pública Aragonesa, por ejemplo, ofrece todo un muestrario de la opacidad del Gobierno de Aragón.
Las Relaciones de Puestos de Trabajo de la Administración autonómica no se publican anualmente como exige la legislación vigente.
El Gobierno de Aragón no da información sobre las plantillas de las empresas públicas.
La Asociación para la Defensa de la Función Pública Aragonesa pide a Velasco datos periódicos sobre la administración. Por supuesto, esa información, solicitada también por la oposición, ha sido denegada.
CHA pide que los informes del Consejo Consultivo se publiquen en la web de la DGA de forma inmediata
Observen lo que opinan en los partidos de la oposición:
La creación de la Dirección General de Participación Ciudadana no ha sido precisamente una muestra de apertura participativa o de transparencia, sino una monumental demostración de hipocresía.
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