martes, octubre 04, 2011

Los factores de producción y la nueva lucha de clases

Uno de los lemas tradicionales de la izquierda clásica era la reclamación de la “justa remuneración de los medios de producción”. 

Nunca he sabido por qué era un lema de la izquierda, porque la justa remuneración parece una cuestión de estricta justicia, perfectamente asumible por todos, de izquierdas, de derechas o mediopensionistas. Ahora bien, establecer qué es justo, dada la desigualdad de esos medios, atribuirles un valor y fijar cuál es su contribución a la producción final de bienes y servicios es un ejercicio realmente difícil.

Pero recordemos, antes de segur, esos factores clásicos: tierra, capital y trabajo. Fijémonos en el trabajo. Miles de millones de personas en el mundo no tienen otra cosa que vender que su trabajo, la fuerza de sus brazos, su inteligencia, su aplicación y su destreza. ¿Quién fija el salario que merecen? De la respuesta a esta pregunta dependerá en muchas ocasiones lo que efectivamente obtengan. ¿El mercado sin ninguna intromisión ni control, o sea, el empleador al que sobran peticiones de empleo? Los salarios tenderán a la miseria. ¿Interviene el Estado, los poderes públicos que fijan un salario mínimo y vigilan las condiciones de trabajo? Los salarios empezarán a ser dignos. ¿Intervienen unos sindicatos corporativistas, en colectivos de trabajadores escasos, muy especializados y organizados, en sectores estratégicos, tipo pilotos, controladores aéreos o maquinistas? Los salarios tenderán al abuso. 

Y hay más consideraciones que hacer. Valoremos la productividad del trabajo. ¿Depende de la especialización del trabajador? Sin duda, aunque muchas veces esa especialización ha sido procurada por la empresa. No es infrecuente el caso de los pilotos formados en empresas de bajo coste o por el Ejército que posteriormente pasan a trabajar en compañías de alto nivel. Pero lo normal es que la productividad dependa en mayor medida del capital puesto a disposición del trabajador e incorporado al proceso productivo. A nadie se le oculta que el volumen de tierra removida por un trabajador a bordo de un bull-dozer es incomparablemente mayor que el de un operario con pico y pala. Y el trabajo de éste es a su vez muchísimo más duro que el del anterior. Si pagáramos a ambos en proporción al volumen de tierra removida, o el primero se moriría de hambre o el segundo se haría inmensamente rico en poco tiempo. El factor determinante del rendimiento por unidad de trabajo es en este caso el valor del capital asignado a cada trabajador, las herramientas que emplea. Un bull-dozer vale mucho más que un pico y una pala. 

Todas las luchas sociales de los últimos siglos y las conquistas logradas por los trabajadores han girado en torno a esta cuestión: la justa remuneración de los medios de producción. Poner la titularidad del capital en manos del Estado, planificando necesariamente la economía para ello y eliminando la propiedad privada -y de paso la Libertad, pues no hay otro modo- no es el objetivo sino el medio. El objetivo era aquella justa remuneración, que obviamente no se ha logrado a través del comunismo. 

Sin embargo los tiempos cambian y de la lectura de la prensa y de la observación de lo que ocurre en el nuestro y en otros países, cabe deducir que aquellos antiguos medios de producción ya no son tres, sino cuatro. Porque si no terratenientes, una alta proporción de ciudadanos en los países occidentales sí hemos llegado a ser capitalistas -minicapitalistas-, inversores de nuestros pequeños ahorros y dueños de un modesto paquete de acciones u obligaciones. Y ello no nos ha hecho más ricos, a pesar de percibir remuneraciones por nuestro trabajo y nuestro capital ahorrado e invertido. 

Sigue, de hecho habiendo ricos. ¿Y quiénes son y por qué? Observen que quienes deciden ahora el destino de la remuneración de los medios de producción no son los dueños del capital, sino los gestores, que deciden además a su favor, algo, por otra parte, viejo como el mundo. Nadie legisla ni toma decisiones en contra suya, nunca. La cuestión queda resuelta, por tanto, si admitimos los siguientes medios de producción: tierra, capital, trabajo y gestión empresarial. Y siendo los bienes de titularidad pública y privada, entre los gestores hemos de incluir necesariamente a los políticos. ¿Verdad que ahora quedan claros muchos comportamientos que suscitan escándalo? ¿Nos explicamos ahora esas prebendas que se asignan a sí mismos los directivos de empresas, bancos y cajas, así como los políticos, gestores del dinero público?




Esa es la nueva lucha de clases que se avecina y en la que como no se ha identificado todavía de una forma correcta el interlocutor -y rival- con el que hay que discutir o negociar la justa distribución de los beneficios, genera esa indignación generalizada e imprecisa, que no se sabe bien a quién dirigir.  

No se trata más que de una nueva forma de distribución de la remuneración de los medios de producción, que se ha ido volviendo otra vez progresivamente injusta. 
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