A todos los hombres de buena voluntad sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad.
No soy creyente, ni creo que después de la muerte nos espere otra vida. Sería mucho más consolador creerlo, pero no se trata en mi caso -ni creo que en ningún otro- de un acto de voluntad, sino de fe, o más bien de su ausencia. Ello no quiere decir que no albergue dudas o que no me plantee preguntas, que se agolpan especialmente en las noches de verano, enfrentado a la insondable magnitud del firmamento. ¿Qué o quién ha creado todo esto? ¿Es cierto que se expande? ¿Qué había al principio, antes? ¿Ha estado siempre, siempre, allí, desde la eternidad? O esas otras cuestiones sobre la ética y la dignidad, cuando ninguna esperanza de premio futuro nos impele a asumirlas como valores propios e indeclinables. Porque cuando nada más da sentido a nuestras vidas, sólo nos queda la dignidad como estandarte que enarbolar. Pero si nada da sentido a la vida, ¿por qué pagar el precio de vivir con dignidad y asumir unos principios éticos? Y sin embargo lo hacemos. Pasaremos por esta vida, moriremos y nuestro recuerdo se diluirá rápidamente. No creo dejar hasta ahora ninguna herencia perdurable, y es improbable que lo consiga en lo que me resta, poco o mucho, de vida, pero al menos habré intentado pasar por ella con dignidad.
Es por eso que no puedo juzgar la Encíclica del Papa Ratzinger desde una óptica religiosa, sino filosófica.
La economía es, a mi juicio, más que una ciencia en el sentido estricto, una rama importantísima de la filosofía moral. O filosofía moral y social aplicadas. Ratzinger, con su análisis moral de la economía, parece pensar en este sentido aproximadamente lo mismo que yo.
Es por eso que quiero salir al paso de las perplejidades y juicios, que creo erróneos, que ha suscitado la nueva encíclica, que la consideran orientada a la izquierda.
Vean un ejemplo en un blog que frecuento y respeto: Ratzinger y la economía según la izquierda
Antes de nada, permítanme unas premisas:
1.- La distancia o diferencias entre la derecha y la izquierda democráticas son cada día menores, por la aproximación de posturas y por la asunción mutua y recíproca de postulados.
2.- La justicia social no es patrimonio exclusivo de la izquierda, sino de los hombres y mujeres justos.
3.- Que nadie sea tan ingenuo de pensar que el PSOE que nos gobierna es de izquierdas. Nada que ver.
Nuestro sistema económico no debería llamarse propiamente capitalista, creo, puesto que no sólo se fundamenta en el capital, sino en el trabajo y en la gestión empresarial (en las grandes corporaciones ésta última se remunera mucho más y tiene más poder decisorio que el capital), además de sobre otras dos premisas básicas que considero más importantes: el libre mercado y el derecho de propiedad privada. ¿Son éstos dos bienes absolutos? De ninguna manera.
El libre mercado debe estar sujeto a normas que el poder público establece y que están asumidas incluso por los Estados más genuinamente liberales. El mercado tiene muchos y graves defectos que deben ser corregidos para que funcione correctamente y no como una jungla inmisericorde: la opacidad en los mecanismos de fijación de precios, el abuso de las posiciones de dominio, la falta de transparencia, las prácticas monopolistas, la especulación de bienes escasos, la concertación de precios, la falta de competencia real, la información privilegiada de unos pocos... No estoy diciendo nada nuevo ni desconocido. Todos los países han fijado normas que regulan estos aspectos y tratan de evitarlos. Decir que esos mecanismos reguladores son de izquierdas me parece inadecuado. Yo más bien los llamaría “correcciones técnicas”, imprescindibles para un funcionamiento adecuado. ¿Que recortan libertades? Por supuesto, en la misma medida en que lo hacen todas las leyes, en todos los ámbitos de la vida: el Código de la Circulación me coarta la libertad de continuar mi marcha ante un semáforo en rojo o hacerlo por mi izquierda. Pero, ¿qué es la libertad sino la posibilidad de hacer todo aquello que las leyes, comúnmente adoptadas, permiten?
El Papa mismo reconoce que el libre mercado está sujeto al principio de la justicia conmutativa, “que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales”. Obsérvese que todas las regulaciones introducidas en la normativa moderna por prácticamente todos los Estados (e incluso por entes supranacionales como la Unión Europea) tratan de garantizar esa justicia conmutativa e impedir su quiebra. Pero no es función del mercado establecer una justicia social o distributiva. La justicia conmutativa (la base del libre mercado) es previa a ellas y posiblemente condición necesaria para que existan, pero no es condición suficiente ni tampoco es su misión procurarlas.
De la misma forma, el derecho de propiedad tampoco es ilimitado ni permite todo. Los ejemplos más paradigmáticos son los de las limitaciones a la propiedad inmobiliaria y servidumbres asociadas: las servidumbres de paso, la imposibilidad de construir a cualquier altura o impedir la vista a los vecinos... Y qué decir de aquellos supuestos que incluso permiten privar a alguien de la libre disposición de sus bienes, como la prodigalidad, por ejemplo.
La reciente crisis financiera, causada por la irresponsable asunción de riesgos, ha puesto sobre la mesa la importancia de los mecanismos reguladores y de supervisión de las entidades finacieras. Podríamos discutir sobre el inalienable derecho de cada uno a arruinarse. ¿Pero arrastrar a la ruina a los accionistas de la empresa es un derecho respetable y defendible? ¿Y sus consecuencias sobre clientes, depositarios y proveedores? ¿No tienen derechos que defender?
Acabo ya. Se ha criticado al Papa su apelación, su invocación más bien, a una autoridad mundial. Creo simplemente que se ha adelantado a su tiempo. Nuestra generación no lo verá, por supuesto, pero creo que la evolución natural de la especie humana y de la Historia camina inevitablemente hacia una autoridad mundial y a la desaparición de los Estados. Las Naciones Unidos son un esbozo, de la misma forma que lo es la Unión Europea. Será así, con todos lo problemas de implantación que se quiera, con sus inevitables involuciones, pero será. Sólo cabe esperar que esa autoridad mundial sea democrática y sabia.
No soy creyente, ni creo que después de la muerte nos espere otra vida. Sería mucho más consolador creerlo, pero no se trata en mi caso -ni creo que en ningún otro- de un acto de voluntad, sino de fe, o más bien de su ausencia. Ello no quiere decir que no albergue dudas o que no me plantee preguntas, que se agolpan especialmente en las noches de verano, enfrentado a la insondable magnitud del firmamento. ¿Qué o quién ha creado todo esto? ¿Es cierto que se expande? ¿Qué había al principio, antes? ¿Ha estado siempre, siempre, allí, desde la eternidad? O esas otras cuestiones sobre la ética y la dignidad, cuando ninguna esperanza de premio futuro nos impele a asumirlas como valores propios e indeclinables. Porque cuando nada más da sentido a nuestras vidas, sólo nos queda la dignidad como estandarte que enarbolar. Pero si nada da sentido a la vida, ¿por qué pagar el precio de vivir con dignidad y asumir unos principios éticos? Y sin embargo lo hacemos. Pasaremos por esta vida, moriremos y nuestro recuerdo se diluirá rápidamente. No creo dejar hasta ahora ninguna herencia perdurable, y es improbable que lo consiga en lo que me resta, poco o mucho, de vida, pero al menos habré intentado pasar por ella con dignidad.
Es por eso que no puedo juzgar la Encíclica del Papa Ratzinger desde una óptica religiosa, sino filosófica.
La economía es, a mi juicio, más que una ciencia en el sentido estricto, una rama importantísima de la filosofía moral. O filosofía moral y social aplicadas. Ratzinger, con su análisis moral de la economía, parece pensar en este sentido aproximadamente lo mismo que yo.
Es por eso que quiero salir al paso de las perplejidades y juicios, que creo erróneos, que ha suscitado la nueva encíclica, que la consideran orientada a la izquierda.
Vean un ejemplo en un blog que frecuento y respeto: Ratzinger y la economía según la izquierda
Antes de nada, permítanme unas premisas:
1.- La distancia o diferencias entre la derecha y la izquierda democráticas son cada día menores, por la aproximación de posturas y por la asunción mutua y recíproca de postulados.
2.- La justicia social no es patrimonio exclusivo de la izquierda, sino de los hombres y mujeres justos.
3.- Que nadie sea tan ingenuo de pensar que el PSOE que nos gobierna es de izquierdas. Nada que ver.
Nuestro sistema económico no debería llamarse propiamente capitalista, creo, puesto que no sólo se fundamenta en el capital, sino en el trabajo y en la gestión empresarial (en las grandes corporaciones ésta última se remunera mucho más y tiene más poder decisorio que el capital), además de sobre otras dos premisas básicas que considero más importantes: el libre mercado y el derecho de propiedad privada. ¿Son éstos dos bienes absolutos? De ninguna manera.
El libre mercado debe estar sujeto a normas que el poder público establece y que están asumidas incluso por los Estados más genuinamente liberales. El mercado tiene muchos y graves defectos que deben ser corregidos para que funcione correctamente y no como una jungla inmisericorde: la opacidad en los mecanismos de fijación de precios, el abuso de las posiciones de dominio, la falta de transparencia, las prácticas monopolistas, la especulación de bienes escasos, la concertación de precios, la falta de competencia real, la información privilegiada de unos pocos... No estoy diciendo nada nuevo ni desconocido. Todos los países han fijado normas que regulan estos aspectos y tratan de evitarlos. Decir que esos mecanismos reguladores son de izquierdas me parece inadecuado. Yo más bien los llamaría “correcciones técnicas”, imprescindibles para un funcionamiento adecuado. ¿Que recortan libertades? Por supuesto, en la misma medida en que lo hacen todas las leyes, en todos los ámbitos de la vida: el Código de la Circulación me coarta la libertad de continuar mi marcha ante un semáforo en rojo o hacerlo por mi izquierda. Pero, ¿qué es la libertad sino la posibilidad de hacer todo aquello que las leyes, comúnmente adoptadas, permiten?
El Papa mismo reconoce que el libre mercado está sujeto al principio de la justicia conmutativa, “que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales”. Obsérvese que todas las regulaciones introducidas en la normativa moderna por prácticamente todos los Estados (e incluso por entes supranacionales como la Unión Europea) tratan de garantizar esa justicia conmutativa e impedir su quiebra. Pero no es función del mercado establecer una justicia social o distributiva. La justicia conmutativa (la base del libre mercado) es previa a ellas y posiblemente condición necesaria para que existan, pero no es condición suficiente ni tampoco es su misión procurarlas.
De la misma forma, el derecho de propiedad tampoco es ilimitado ni permite todo. Los ejemplos más paradigmáticos son los de las limitaciones a la propiedad inmobiliaria y servidumbres asociadas: las servidumbres de paso, la imposibilidad de construir a cualquier altura o impedir la vista a los vecinos... Y qué decir de aquellos supuestos que incluso permiten privar a alguien de la libre disposición de sus bienes, como la prodigalidad, por ejemplo.
La reciente crisis financiera, causada por la irresponsable asunción de riesgos, ha puesto sobre la mesa la importancia de los mecanismos reguladores y de supervisión de las entidades finacieras. Podríamos discutir sobre el inalienable derecho de cada uno a arruinarse. ¿Pero arrastrar a la ruina a los accionistas de la empresa es un derecho respetable y defendible? ¿Y sus consecuencias sobre clientes, depositarios y proveedores? ¿No tienen derechos que defender?
Acabo ya. Se ha criticado al Papa su apelación, su invocación más bien, a una autoridad mundial. Creo simplemente que se ha adelantado a su tiempo. Nuestra generación no lo verá, por supuesto, pero creo que la evolución natural de la especie humana y de la Historia camina inevitablemente hacia una autoridad mundial y a la desaparición de los Estados. Las Naciones Unidos son un esbozo, de la misma forma que lo es la Unión Europea. Será así, con todos lo problemas de implantación que se quiera, con sus inevitables involuciones, pero será. Sólo cabe esperar que esa autoridad mundial sea democrática y sabia.
Resumo: creo que es una enorme simplificación decir que la doctrina de la reciente encíclica papal sea de izquierdas.
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2 comentarios:
Yo comparto de forma absoluta el contenido del post de Julio Andradas,por que el análisis realizado se basa simplemente en cuestiones económicas desnudas de cualquier otra consideración que desvirtue el mensaje del mismo.
El Papa apela en su enciclíca por:
a)Un intervencionismo del Estado en materia económica,con un mayor número de competencias de los Gobiernos.
b)Un mayor control de los mecanismos del mercado,de las fluctuaciones y de la regulación.
c)La creación de una "autoridad mundial" que ejerza un poder real sobre la toma de decisiones que afectan a la economía.
¿Dice eso o dice eso Benedicto XVI en su encíclica?.Lo dice.
Bien,pues eso es seguir la linea keynesiana de las socialdemocracias.
Y no es tan simple como la dicotomía "izquierda/derecha";Andradas lo explica perfectamente: "se debate sobre dos modelos:liberalismo frente a al intervencionismo de las socialdemocracias".
Y por las razones que sean,el Papa ha optado por estas últimas.
Querida Natalia:
No existe hoy ni un sólo país, por muy fuerte que apueste por el liberalismo -véase Estados Unidos-, que tenga un mercado totalmente desregulado. De hecho, la crisis financiera no se ha debido tanto a la ausencia de organismos de regulación como a su relajación. A estas alturas de la Historia no creo que la regulación de los mercados, el establecimiento de reglas de funcionamiento, sea tanto una cuestión ideológica como técnica: meras correcciones técnicas sin las cuales los mercados funcionan significativamente peor. ¿No debe haber normas que impidan el aprovechamiento, que siempre será abusivo, de la información privilegiada o de las posiciones de dominio o de la concertación de precios?
No se trata de cuestionar principios sagrados del capitalismo o del liberalismo, que también la socialdemocracia acepta, como el libre mercado (dentro de la regulación de las Leyes) o la propiedad privada (que tampoco es absoluta), sino de establecer unas reglas de convivencia civilizada y funcionamiento lógico como existe en todos los aspectos de la vida. Bien mirado, todas las leyes recortan libertades.
Sigo pensando, en definitiva, que la economía es una rama de la filosofía moral, y desde ese punto de vista me parece acertada y lógica la toma de posición del Papa. Y si lo piensas con desapasionamiento, tampoco es esperable que dijera cosas muy distintas de las que ha dicho.
Un cordial saludo.
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