Yo he sentido, y estoy seguro de que conmigo varios millones de españoles, la frustración de diagnosticar y avisar -ahora veo que con lucidez, y puedo decirlo sin falsa modestia, pues todo se ha cumplido- de los numerosos errores que estábamos cometiendo.
Y sentir la inutilidad de nuestras advertencias y ver cómo el país se ha dirigido con paso firme y alegre hacia el abismo. Todavía recuerdo el esplendor de los fuegos artificiales con que se cerró la Expo de Zaragoza 2008, con la que se inauguraba -yo tuve esa percepción mientras los veía- esta época de paro y pobreza en que nos hallamos. Sentí verdadera angustia mientras los contemplaba desde mi casa, sabiendo lo que se avecinaba. Porque lo sabía. Creo que Casandra debió sentir lo mismo que yo. Pero no he debido ser el único.
Y ahora todos parecen haber concluido lo mismo, cuando el mal ya está hecho y es incalculable y de difícil reparación.
Fíjense qué dice el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas:
“…las llamadas empresas públicas no son "empresas que estén de verdad generando servicios", sino que son "huidas del derecho administrativo y dan lugar a todo tipo de corruptelas".
Recuerdo que un amigo me hablaba de alguna de las empresas públicas aragonesas, de SIRASA concretamente, a la que llamaba “empresa familiar”, porque buena parte de altos cargos y jefes de servicio del Departamento de Agricultura tenían a sus familiares contratados en ella. Y allí deben seguir, puesto que la empresa, me cuentan, se mantiene sin cambios.
Hoy Montoro se ha dado cuenta de lo que son las empresas públicas.
Sin embargo, el Ayuntamiento de Zaragoza las sigue creando:
Fíjense que se empieza a cuestionar incluso el papel de las diputaciones, y eso que en buena parte de España no tienen ese otro escalón administrativo que son las comarcas, como tenemos en Aragón.
Ya digo que no me cuesta trabajo imaginar la frustración de Casandra anunciando la caída de Troya, porque yo mismo la he sentido.
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