“Those who control the past control de future. And those who control the present control the past”. George Orwell.
Esto puede que fuera cierto hasta ahora. Pero hoy hay Internet.
No hace muchos días, en una conferencia el orador nos mostraba una diapositiva con una antigua fotografía aparecida estos años pasados en un diario de Córdoba. El pie de foto decía así: “Soldado nacional quemando libros durante la Guerra Civil”.
La foto, una vez analizada por expertos, había resultado ser todo lo contrario. El uniforme del soldado llevaba un emblema de la CNT. Al fondo, entre el humo de la hoguera, aparecían las columnas y ventanales de una iglesia que los historiadores habían logrado identificar y que fue quemada en una fecha concreta, perfectamente documentada, por las tropas republicanas. Y lo que ardía en la hoguera eran los libros de oración de esa iglesia.
Nunca me había quedado tan clara la diferencia entre memoria histórica, manipulable, e Historia, la realidad científicamente demostrada y comprobable.
Quizás el uso estratégico de esa pretendida “memoria histórica” de Rodríguez -tan orwelliano por tantas cosas (ese Ministerio de la Igualdad)- tuviera ese objetivo de control del futuro que señalaba Orwell. Eso, y satisfacer sus obsesiones y sus ansias de revancha histórica.
La pretendida invocación a la memoria histórica por parte de Rodríguez no ha tratado de honrar la memoria de las víctimas de la Guerra Civil, porque si así fuera no hubiera homenajeado públicamente al que fuera responsable de la mayor matanza de civiles ocurrida durante la contienda. Me refiero al acto celebrado el 16 de marzo de 2005, coincidiendo con el cumpleaños de Carrillo, cuando se retiró la estatua de Franco de la Castellana.
Está claro hoy, con la perspectiva del tiempo, que con este asunto Rodríguez no pretendía otra cosa que la satisfacción personal de sus obsesiones ideológicas, y enmendar lo que él considera que fue un desenlace injusto de la Historia: la victoria de Franco. Nunca desde la Transición habían ondeado tantas banderas republicanas como en ese año.
Pero, obsesiones personales aparte, con las que ha reabierto heridas ya cerradas -y curiosamente entre generaciones que ni vivieron la guerra ni la posguerra- lo cierto es que desatendió irresponsablemente, con esa y con otras estupideces cargadas de sectarismo, el presente y el futuro de la Nación. Buena parte de la responsabilidad de la crisis se debe a aquellas lamentables pérdidas de tiempo y de esfuerzo. Por no citar su inabarcable ignorancia.
Una de las consecuencias de aquel revisionismo es que, aunque quisiera, no podría, no en estos tiempos, limitarse a la reivindicación de un bando y al denuesto del contrario, porque todos tienen -tenemos- memoria y acceso a fuentes de información, y puestos a desenterrar agravios y cadáveres antiguos, los hay para todos y de todos. No es aquel un periodo histórico que merezca ser recordado con orgullo por nadie. Por nadie. Ni nadie debería estar echando a la cara a sus conciudadanos culpas ni responsabilidades que no le corresponden a esta generación, ni mucho menos aún a la de nuestros hijos o nietos.
Pero conviene, sí, tener memoria histórica, toda, completa, imparcial. O, lo que es lo mismo, conocer la Historia, que no otra cosa es la memoria histórica cuando es completa e imparcial.
Se ha escrito mucho, por ejemplo, de Federico García Lorca y su muerte, pero se olvidan injustamente muchos otros muertos, personajes que han dejado su huella en la literatura española, posiblemente una huella menor que la de Lorca, pero que sufrieron como él el miedo, la persecución y una muerte injusta y cruel.
Se ha escrito mucho del bombardeo de Guernica, pero no se conoce apenas nada del bombardeo de Cabra.
Se ha hablado y escrito mucho de las cunetas y de los fusilamientos del bando nacional, pero se desconoce, sobre todo por las nuevas generaciones, la existencia de las chekas, cuyo nombre ni les suena.
Estos días se ha vuelto a hablar de otros muertos: los de la fosa de Camuñas
La otra memoria histórica, la que huye del sectarismo, de la manipulación, del intento de obtener provecho político, la que huye de la revancha, la que sólo pretende saber la verdad, se llama sencillamente Historia.
Y a Rodríguez, la Historia puede que no le guste. Ni le gusta el desenlace que tuvo, ni tantas otras verdades tan incómodas de conocer. Tenemos, por si no se habían dado cuenta, un presidente del Gobierno al que no le gusta la verdad.
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Y a Rodríguez, la Historia puede que no le guste. Ni le gusta el desenlace que tuvo, ni tantas otras verdades tan incómodas de conocer. Tenemos, por si no se habían dado cuenta, un presidente del Gobierno al que no le gusta la verdad.