domingo, abril 22, 2012

Rumanos

Nunca me he considerado xenófobo. No creo serlo. 

Simplemente quiero manifestar mi perplejidad ante unos hechos que me sorprenden... y me desagradan profundamente, como, espero, a toda persona de bien.

El fenómeno de la inmigración se ha disparado en los últimos años, desbordando en muchos casos los servicios sociales, sanitarios y educativos españoles, y generando profundos cambios demográficos. Pasar en tan poco tiempo de tener las tasas de inmigración más bajas de Europa a las más altas tiene, simplemente, consecuencias. Unas consecuencias que nadie se había molestado en prever. Y entre ellas, algunas particularmente indeseables, como el crecimiento de la delincuencia organizada.

Últimamente me he descubierto acertando siempre sobre la nacionalidad de determinados delincuentes. Me entero de un delito perpetrado por una banda organizada. “Seguro que son rumanos”, digo. Y acierto. Lo son. 


En la edición impresa daban más detalles. Los autores del robo eran, efectivamente, rumanos. 


Escriban ustedes “delincuentes rumanos” en Google y les sorprenderá la cantidad de entradas que aparecen.

No niego que haya muchos rumanos honrados y que hay miles de mujeres de esa nacionalidad desempeñando trabajos domésticos en España y cuidando niños y ancianos. Son gente respetable. 

Pero una alta proporción del crimen organizado que asola nuestro país está protagonizado por ciudadanos de ese origen. Observen que hoy son el colectivo extranjero más numeroso en España.

Y eso es lo que me sorprende: Rumanía está en el otro extremo de Europa. Los rumanos han de atravesar varios países mucho más próximos al suyo y mucho más ricos, y sin embargo vienen a instalarse en el rincón más alejado y no precisamente el más boyante. ¿Por qué? ¿Qué condiciones y qué facilidades encuentran aquí que no encuentran por ejemplo en Austria, Alemania o Francia, con rentas más altas que la nuestra y mucho más trabajo?

El proceso de regularización de las trabajadoras domésticas está demostrando, tal como he recogido en numerosas conversaciones, su resistencia a ser inscritas en la Seguridad Social. Pierden ayudas que están recibiendo y que en muchas ocasiones les han sido tramitadas por trabajadores sociales, han de declarar a Hacienda…

Los recientes datos publicados demuestran que el “turismo sanitario” nos ha costado casi mil millones de euros anuales, por ejemplo, del que se han beneficiado fundamentalmente los familiares de los extranjeros residentes en España. Algo que era vox populi, que nunca hubiera debido permitirse y que sólo años después se toma la decisión de atajar.


Este tipo de cosas en el resto de Europa no se permiten. No somos más solidarios o más progresistas. Somos, sencillamente, más tontos que el resto. Como consecuencia, hemos de implantar el copago para nuestros pensionistas porque no hay recursos suficientes.

Las singularidades del ordenamiento jurídico español no suelen ser innovaciones de éxito, sino anomalías que deben corregirse.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Oroel no somos tontos -es demasiado benévolo el término- somos, o son , o han sido, una panda de descerebrados con ribetes de auténticos chorizos. Esta es una de sus contribuciones al bienestar de todos.


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