Reconozco que tengo la peor opinión posible de José Luis Rodríguez Zapatero. Es un tipo de personaje con el que, de haberlo conocido en mi vida privada, hubiera evitado toda relación.
Representa casi todo lo que me disgusta: esa pseudoprogresía frívola y autosuficiente, convencida de su superioridad moral y de una legitimidad que niega a los demás; ese desprecio casi aristocrático del pueblo que dice representar (un señorito de León), tan bien escenificado con el anuncio de los 2.500 euros por nacimiento, como quien arroja caramelos a los niños; y, sobre todo, su falta de palabra, esa facundia para sostener una cosa y la contraria.
He leído estos días que, en este ocaso de las ideologías, es más relevante el carácter del gobernante que el programa que nos ofrece. El juicio al hombre y a su personalidad adquiere por eso todo su sentido, y resulta casi imprescindible.
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Pienso de Rajoy todo lo contrario que de Zapatero: es educado, moderado, sincero… Pero lamentablemente, le falta algo que a Zapatero le sobra: el instinto político. Parece que el bambi sea Rajoy y no Zapatero. Aquel ha reaccionado tarde y mal, por ejemplo, ante los reiterados fracasos de Piqué, hundiendo las expectativas del PP en Cataluña, mientras que el presidente, en unas condiciones en que todos lo supondríamos hundido, es capaz de hacer un repentino reajuste de Gobierno sacrificando unos cuantos peones para retomar la iniciativa.
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A pesar de su supuesta experiencia, ¡cuánto tiene que aprender Rajoy de Zapatero!
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PD: el relevo de Piqué, tan necesario (el relevo, no Piqué), se ha producido de la peor manera posible, inelegantemente, como señala Martín Ferrand, a base de pellizcos de monja, en lugar de un relevo ordenado, con agradecimiento por los servicios prestados y homenaje si hubiera sido preciso. Al final, el que se ha portado con elegancia ha sido Piqué.
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Desconozco casi todo sobre las personas que les sustituyen, a él y a su equipo. ¿No hay rostros más conocidos y populares?