“La propaganda independentista sostiene que las pensiones
mejorarían en una Cataluña separada de España. Sus argumentos son simples.
Nuestro modelo de Seguridad Social es de reparto, se basa en las aportaciones
de los trabajadores en activo. De este modo, si la sostenibilidad del sistema
dependiese de los cotizantes de ahora, una hipotética Cataluña independiente
podría disfrutar de una Seguridad Social más saneada porque porcentualmente el
número de desempleados es menor en esta comunidad que en el conjunto de España
y los salarios son más altos. La ecuación es perfecta: más trabajadores con
unas bases de cotización superiores permiten pagar mejores prestaciones. Si a
esto se añade -y no es una cuestión baladí- que la independencia acabaría con
el lastre de la cuota de solidaridad con el resto de España, el negocio parece
redondo.
A
esta tesis se han abonado “expertos tan cualificados” como Karmele Marchante,
Juanjo Puigcorbé, sor Lucía Caram y el cabeza de lista de la CUP, Antonio
Baños, en un reciente vídeo producido por Òmnium Cultural y la ANC. No es
casual que el vídeo se haya rodado íntegramente en castellano. La estrategia
independentista pasa por atraer a los votantes renuentes para que pierdan los
miedos y abracen su causa.
El
vídeo es estomagante. Combina el descrédito de la Seguridad Social española -calificada
como franquista y “fondo de buitres”- con la exaltación de las ventajas de la
implantación de un nuevo modelo solo “para los de aquí”, en referencia a los
catalanes. Sorprende este lenguaje en personas que se reclaman inequívocamente
de izquierdas y solidarias. El planteamiento no se aparta del patrón clásico de
la supremacía nacionalista: la Seguridad Social funcionaría mejor porque los
catalanes trabajan y gestionan más eficazmente que los españoles. En la lotería
independentista, el riesgo es cero. Siempre toca. ¿Es así? Es evidente que no”.
El nacionalismo
y la izquierda pudieron tener algún punto de confluencia ideológica en un
momento y en unas circunstancias muy concretas de la Historia: durante la etapa
del colonialismo y posterior descolonización, cuando era evidente la existencia
de ciudadanos de primera, los de las metrópolis, y no todos, y los de los
países coloniales, que ni siquiera alcanzaban el estatus de ciudadanos,
privados de todo poder político. Lo curioso es
que el principal principio ideológico de la descolonización no es de
izquierdas, sino liberal, y procede de la Independencia americana -la única y
genuina revolución burguesa de la Historia-: “No representation, no taxes” o “No taxation without representation”.
No hay tributación sin representación.
Pero que pueda
haber gente que se llame de izquierdas y discuta esos principios en que se basan
todas las uniones políticas de uno u otro tipo, desde las más débiles a las más
fuertes, y entre ellas las nacionales, que son la solidaridad interterritorial
y la convergencia económica, resulta insólito.
La Nación no
es, como decía aquel indocumentado que tuvimos la desgracia de que nos
gobernara, un principio discutido y discutible. Al revés, la Nación es un
concepto clarísimo que deberían entender con más nitidez quienes se dicen de
izquierdas: la Nación es, ante todo y sobre todo, un concepto solidario, que se
explica perfectamente con aquel lema de los mosqueteros: “todos para uno y uno
para todos”.
La propia
existencia de fuerzas políticas que se llaman nacionalistas y de izquierdas, en
un país históricamente consolidado, con siglos de existencia y lazos familiares,
culturales, económicos e institucionales de todo tipo, es una estupidez
antológica. Estoy pensando en partidos como Esquerra Republicana o Chunta
Aragonesista, que son una estupidez encarnada con forma de organización
política -una estupidez orgánica, con sus propios órganos de poder y de
representación- cuya propia existencia se basa en una contradicción insalvable,
donde tratan de hacer compatible la solidaridad -la igualdad socialista- con la
segregación nacionalista. Orwell lo definió muy bien, aunque no para este caso,
sino pensando en nomenklaturas dirigentes: “Todos los animales son iguales,
pero algunos más iguales que otros”. El nacionalismo, lo he dicho muchas veces,
es orwelliano.
Es por eso que
algún tonto esférico, procedente de una escisión de CHA, Puyalón de Cuchas, hablaba
de la colonización de Aragón por parte de España, para justificar esa
contradicción conceptual insalvable. Claro que es imposible creerle. ¿Alguien
imagina que un habitante de la Calabria italiana, de la Borgoña francesa o de
la Pensilvania americana pudiera hablar de la colonización que sufren de sus
propios países, sin perder de inmediato el respeto de sus conciudadanos? O un
concejal de CHA, no mucho más inteligente a juzgar por las evidencias que el escindido
de su partido, prometió su cargo comprometiéndose por la autodeterminación de
Aragón.
Con los mismos
argumentos y cargado de razón, un ciudadano de Huesca podría solicitar la autodeterminación
de su provincia respecto de Aragón, o un habitante del distrito Centro de
Zaragoza podría declararse harto de pagar los servicios de los que disfrutan en
Torrero, y pedir la independencia, previa publicación, claro, de las balanzas
fiscales de los distritos zaragozanos.
Decididamente, tenemos la izquierda más sectaria, reaccionaria y, lo peor de todo, más estúpida de toda Europa, aliada con partidos nacionalistas, excluyentes y de ideologías muy próximas a la xenofobia cultural y lingüística, abandonado, pero tampoco del todo, el racismo genético.
Decididamente, tenemos la izquierda más sectaria, reaccionaria y, lo peor de todo, más estúpida de toda Europa, aliada con partidos nacionalistas, excluyentes y de ideologías muy próximas a la xenofobia cultural y lingüística, abandonado, pero tampoco del todo, el racismo genético.